No hay duda
de que PODEMOS está en el candelero. Una formación inexistente hace menos de un
año se ha convertido en alternativa política real ante las próximas citas
electorales españolas. Tras su éxito en las elecciones europeas, el partido de
Pablo Iglesias afronta un reto de envergadura mayor. Sin embargo, parece que
las previsiones son especialmente alentadoras. No obstante, PODEMOS tiene
enemigos que intentarán aún obstaculizar su camino hacia el poder. ¿Cuáles son
las causas de la inquina que está aplicando un considerable sector de la clase
política, apoyado por medios de comunicación, contra la nueva formación?
Probablemente solo hay una: miedo a una pérdida de control de las
instituciones, de los accesos a las fuentes de poder del entramado político y
administrativo en el que se mueven los partidos mayoritarios, esos que algunos
llaman la minoría extractiva y otros, la casta. Este es un fenómeno que con la
crisis ha quedado más en evidencia que nunca. Las familias políticas y castas
regionales y locales entre las que se reclutan los cuadros intermedios del PP y
del PSOE temen perder su influencia y su capacidad de manejo de los flujos
económicos que han permitido su enriquecimiento personal, muchas veces, como ha
empezado a destapar una parte de la prensa española, de forma ilegal e inmoral.
Los partidos tradicionales se han convertido en una inmensa familia en la que
todos pueden obtener beneficios a cuenta de las ganancias previsibles, bajo la
mirada desatenta del patrono, es decir, el jefe regional, el secretario provincial,
el muñidor de eventos, el cacique, el parlamentario, el jefe sindical o el
propio presidente del partido, que han mirado frecuentemente hacia otro lado.
La España finisecular del XX se antoja sospechosamente parecida a la del XIX:
corrupción, compra de votos, venta de cargos, caciquismo, prebendas. Nunca se
habrá alabado bastante la descripción de ese país que nos ha regalado Muñoz
Molina en su apasionante Todo lo que era
sólido, una lúcida crónica del pelotazo de las postrimerías, que solo la crisis
ha sacado a la luz.
PODEMOS va
contra todo eso, he ahí la razón del temor. Si se tratase de una alternativa
sin posibilidades no se habría diseñado la campaña que contra ellos se inició
poco después de su sorprendente éxito en las elecciones europeas. De PODEMOS se
critican muchas cosas, por cierto, con mal estilo y pésimo gusto, en la línea
de descalificaciones soeces que ha mostrado en tres años de gobierno el PP y
que no está lejana de la que han mostrado otros antiguos líderes del PSOE,
incapaces de comprender el hecho de que la vieja política está en peligro de
desaparición.
Se dice que
es un partido populista, extraña forma de echar basura sobre el enemigo.
Populista, en el diccionario, significa perteneciente
o relativo al pueblo, lejos del significado malicioso que le atribuyen.
Populista se opone a la casta, a la minoría extractiva, a la élite
monopolizadora del poder, así que es mejor ser populista que oligárquico.
Se dice que PODEMOS no tiene programa, la más cínica de las
acusaciones. Denles tiempo, señorías, lo están elaborando. Pero ¿acaso el
programa es tan importante? ¿Acaso el PP, preludiado por el PSOE, no ha
demostrado que el programa es una falacia costosa que se desinfla a la segunda
oportunidad? El PP ha derribado la creencia democrática en los programas de los
partidos; y no se sabe a la postre si es peor presentar un programa solo para
ganar unas elecciones sin la menor intención de cumplirlo, o presentarlo
creyendo en sus bondades y no defender ni una sola de sus premisas con el
pretexto de que la crisis no lo permitía. Al final, el programa de gobierno del
PP se ha mostrado de una irrelevancia supina. Nadie se acuerda ya de él, solo
interesa tapar la gotera de los votos que se escapan a chorro.
Se acusa a los rostros de PODEMOS de frecuentar las tertulias
televisivas. Es una forma inteligente de saber qué piensan sus líderes. Ellos
se explican, se defienden, argumentan, exponen. El presidente del gobierno,
líder del partido más votado en las últimas generales, comparece en las televisiones
públicas no más de dos veces al año. En Italia, que no es un país que pueda dar
muchas lecciones de democracia, el presidente del consejo aparece semana sí y
semana no en cadenas de televisión y en programas de debate político a defender
con su desparpajo habitual sus posiciones. La cercanía de los jefes políticos
se consigue en gran medida hablando en televisión, no con la jerga equívoca de
los tuits ni en las conferencias de prensa sin preguntas.
Se dice que son funcionarios universitarios que viven de sueldos
del Estado. Otros líderes políticos eran inspectores de Hacienda o
registradores de la propiedad. ¿No es deseable que sean las personas con una
mejor preparación las que dirijan la política? Esta idea, de raigambre
platónica y utópica, implica una compensación a una ciudadanía que se esfuerza
por elevar el nivel cultural de sus componentes. El ideal de las democracias
nacientes del siglo XVIII era precisamente que los mejores, en el sentido más
noble del término, fuesen los guías de la sociedad.
Además de un escrutinio constante de casi todo lo que hacen o
dicen sus líderes, en busca perpetua de contradicciones lógicas e ideológicas,
PODEMOS sufre una auténtica persecución mediática. Los periódicos de más tirada
(El País, El Mundo) oscilan entre cierta admiración reverencial y un constante
goteo de artículos de opinión de colaboradores habituales con el estoque
afilado. Por si alcanzan el poder, no conviene que la inquina haya sido muy
ostensible. Pero tienen, en general, una capacidad de análisis de la que
carecen los enemigos políticos de PODEMOS, en particular PSOE y PP. PODEMOS
supone un modelo aparentemente nuevo de hacer política. Es indudable que tendrá
que someterse a las exigencias derivadas de una organización jerárquica, como
es por definición un partido político, pero es más evidente que la opción de
PODEMOS viene de la ilusión por la recuperación de la auténtica política, la
que han mancillado con la corrupción los otros dirigentes de los otros
partidos. Si la premisa democrática por excelencia es que el pueblo es
soberano, la validación de PODEMOS vendrá de las urnas.
PODEMOS es la constatación de que el sistema democrático, lejos de
estar caduco como sostienen desde altas tribunas algunos intelectuales
sobrevenidos, busca dentro de sí mismo una vía de regeneración. Si esta, en los
albores del siglo XX español, se quedó en una patraña aparente, en el segundo
decenio del XXI puede ser el camino hacia una democracia que recupere el
verdadero sentido de protagonismo de los ciudadanos. Está claro que PODEMOS, si
alcanza el poder, se acomodará a muchas de las prácticas políticas que hoy dice
repudiar, pero el origen de la formación, una simbiosis perfecta de intelectuales
capacitados y de situación de desastre nacional que requiere un cambio de rumbo
de la política tal como la hemos vivido desde la Transición, resulta ya
modélico. El ciudadano está tan harto de la corrupción y de la incapacidad de los
gestores de la crisis que sabe muy bien a quién no debe votar en las próximas
convocatorias. Eso forma parte del éxito de PODEMOS, pero no se le nieguen
méritos. El manejo de las tecnologías de la información, la habilidad
comunicativa, la organización interna, tan inútilmente criticada por sus
opositores, son logros que serán copiados dentro de no mucho tiempo por otras
formaciones. PODEMOS es el aldabonazo que necesita la política española en el
momento más urgente, y su ejemplo, si bien no exportable, sí señala un camino
para la regeneración de la democracia que antes o después deberá ser recorrido
en todo el mundo.