A estas alturas de difusión de los contagios y de las informaciones,
verdaderas, supuestas o falsas, hay algunas cosas que se pueden
establecer con relativa seguridad.
1.
El origen. Parece fuera de duda que se trata de un virus no generado
en laboratorio, sino extendido en la ciudad china de Wuhan a partir,
quizás, de un mercado callejero de animales vivos. Sin embargo hay
una hipótesis, la de que se originó en el Instituo de Virología
de Wuhan por un fallo en los
sistemas de seguridad de un experimento con murciélagos y ratones.
El virus se habría “escapado” y contagiado rápidamente. Esta es
una teoría de la conspiración que ya fue desmentida a mitad de
febrero en un artículo de The
Washington Post.
Pero ese mismo periódico ya
no descartaba
esa posibilidad a mitad de abril, coincidiendo con las acusaciones
nada veladas lanzadas a propósito por el presidente Trump.
2. Las circunstancias. Resulta una dramática casualidad que surgiera
la enfermedad en esa ciudad, donde existe uno de los pocos
laboratorios de nivel 4, el máximo, de estudios virológicos. Por
otro lado, las autoridades chinas tienen, lamentablemente, un largo
historial de ocultaciones, retrasos y deformaciones informativas en
torno a accidentes y desastres. La sospecha en Occidente es que los
trapos sucios de China se lavan dentro del país, con frecuencia
haciendo rodar cabezas, con el grado de literalidad que se desee.
3. Las mentiras. En este caso es seguro que el gobierno chino retuvo
la información, por interés en ocultar o por falta de respuesta y
de recursos. No quiso hacer caso del médico que primero denunció el
peligro. Después, cuando ya era notoria la expansión del contagio,
tardó en avisar a la OMS. Tampoco, pese al alarde mediático de los
dos hospitales gigantes improvisados de Wuhan, es de fiar su cálculo
de contagiados y fallecidos, con seguridad considerablemente más
alto de los oficialmente declarados.
4. La OMS. Su papel resulta, como
poco, decepcionante. Al principio no dio excesiva importancia y llegó
a negar
la calificación de pandemia. Cuando el virus se extendía a la
carrera por Lombardía avisó de lo que se venía encima, pero ya era
tarde. No ha adoptado medidas, salvo en forma de declaraciones y
mensajes a veces contradictorios, como la utilidad de las
mascarillas. Por lo demás,
no se sabe que exista, excepto por las declaraciones quejumbrosas de
su cara más visible, su presidente, Tedros
Adhanom Ghebreyesus, cuyo
nombre no conseguiremos aprender por más que aparezca en la
televisión.
5. El gobierno de España. Siendo benévolo, ha hecho lo que ha
podido, como la mayor parte de los países. Fue lento en adoptar
medidas. Ahora sabemos que el virus estaba entre nosotros desde la
primera mitad de febrero. El partido del Valencia en Milán, las
manifestaciones del 8 de marzo y el congreso de VOX no ayudaron,
desde luego. Era impensable lo que se venía encima, a pesar de la
situación de Italia, dada la parálisis de la OMS. Después el
gobierno ha ido a remolque de la situación, batallando con las
taifas competenciales de las autonomías, las llamadas a la asonada de
VOX, la especulación internacional del material sanitario y sus
propios cambios de opinión.
6. Los otros países (I).
La respuesta ha sido muy variada, pero resulta patético el
inmovilismo cerril, al menos al principio, de algunos líderes
mundiales. Los más llamativos han sido Boris Johnson, con su idea de
la “inmunidad del rebaño”, que con su grosero nombre ya se
define; Donald Trump, con sus vacilaciones entre salvar vidas o
salvar la economía, una falsa disyuntiva, y con su guerra particular
contra los gobernadores demócratas que se oponen a la salida
prematura y sus propios asesores científicos, con
vistas a su reelección de noviembre, todo
eso sin perder ese aire de soberbia ofensiva típica
del ignorante; Bolsonaro, que
parece un superhéroe
de tebeo, con sus declaraciones dignas de Trump, pero en un país que
no es EE.UU.; y dejo para el final al más patético de todos, ese
senil López Obrador que esgrimía una estampita religiosa como
antídoto efectivo contra el virus. Irresponsables
e incompetentes. Ver cómo han llegado al poder sería para otros
varios artículos, pero la historia es más o menos sabida.
7. Los otros países (II). Grecia
reaccionó muy pronto y muy adecuadamente, lo mismo que Alemania y
Portugal. Pero los modelos no europeos siguen siendo Corea del Sur,
con su abundancia de test y sus controles exhaustivos a gran parte de
la población, y Taiwan. Añádase que, como en los casos de China y
Japón, sus poblaciones están más habituadas a epidemias
ocasionales, en plazos de menos de 10 años. De modo que saben mejor
que los europeos cómo hacerles frente. Las mascarillas forman parte
de las medidas que están acostumbrados a aplicar con absoluta
naturalidad.
8. Los sanitarios. Han jugado en
campo contrario, al menos los españoles. En primer lugar,
despacharon con cierta ligereza los primeros casos de febrero
creyendo que se trataba de gripes o neumonías comunes, pese a
advertencias de colegas de los servicios de urgencias, que avisaban
de la extraña gravedad de algunos cuadros clínicos. Después se han
visto desbordados por la falta de medios y la abundancia de
pacientes. Han tenido que
bregar en primera línea con la enfermedad y eso les
ha pasado factura en forma de numerosos contagiados y fallecidos.
9. Las residencias. Se han convertido en el pozo negro de la pandemia
en España. En algunas comunidades las defunciones en ellas rebasan
el 80% del total. Descuido de las administraciones autonómicas,
falta de inspecciones, amiguismo en las concesiones de licencias de
apertura. Es un gran negocio, pero está pendiente de un sistema de
control y regulación. Pero no todo se puede achacar a ellas. Hubo
falta de agilidad de las autoridades sanitarias, estatales y
autonómicas para impedir las visitas de familiares mucho antes de lo
que se hizo, y luego no se les dio el tratamiento adecuado a los
residentes en cuanto a distanciamiento físico, medicación y
aislamiento. Los recursos que faltaban en los hospitales públicos
tampoco llegaban a las residencias.
10. El estado de alarma. Tardío, pero severo. Vistas las circunstancias, no había otra
posibilidad para detener la expansión del virus, salvo el estado de excepción que algunos periodistas han reclamado. Las condiciones del
confinamiento son razonables, por muy largo que sea. No hay
alternativa, porque las posibilidades de nuevas difusiones de la
enfermedad no están descartadas. No hay que tener una percepción
demasiado complaciente del grado de cumplimiento por la ciudadanía.
Las denuncias, sin contar reconvenciones y charlas disuasorias,
rondan ya las 100.000. Que muchas no acaben prosperando es lo de
menos, lo que importa es comprobar que siempre hay ciudadanos que
creen estar al margen de las leyes.
11. Los científicos. En las televisiones aparecen a diario. Sus
dictámenes resultan apaciguadores para la población, excepto los de
aquellos, que los hay, que no aportan nada. Pero del conjunto de sus
declaraciones, es cierto que de una población muy variada (médicos
en ejercicio, funcionarios y ex funcionarios de la OMS, catedráticos,
virólogos, epidemiólogos, divulgadores científicos, investigadores
del CSIC, etc.), se desprende inevitablemente una serie de
contradicciones, no solo en cuanto al uso de la famosa mascarilla y
sus distintas variedades, sino respecto a las valoraciones de las
características de la enfermedad. Es cierto, en su descargo, que
esas características se han ido conociendo mejor según avanzaban
los estudios y la búsqueda de remedios. Con seguridad, hay gente muy
preparada trabajando para lograr soluciones y vacunas. Pero no a
todos se está haciendo caso por igual.
12. La información. Es abrumadora, lo que es un elogio, no una
crítica. El problema es el de siempre. Los voceros de los medios
afines y hostiles a los gobiernos apoyan con suavidad y critican con
dureza, respectivamente, las decisiones. Eso obliga a amplificar las
respuestas de los políticos de todos los bandos a la acción de los
gobiernos. En el caso español, se vuelve a la palestra diaria de la
misma política de siempre: el golpe bajo al hígado del
contrincante, a veces apoyados en los bulos, que son siempre de mala
fe. Solo que, ahora, la posición del gobierno es aparentemente más
cuidadosa, en una crisis sin precedentes para la que nadie puede
imaginar de verdad cómo habría reaccionado la oposición de haber
estado en el poder.
13. Los políticos. VOX pide la dimisión del gobierno, el PP oscila
entre sus contradicciones habituales desde la llegada de Casado al
frente; Ciudadanos parece apoyar con más seguridad la acción del
gobierno. Pero en el mercado de préstamos y deudas en que se ha
convertido el parlamento, nada hay que sea gratis. Ni siquiera el
apoyo en estas circunstancias. El único consuelo, incluso para los que no lo ven así, es que probablemente el gobierno saldrá más fortalecido
de la situación, pese a los ataques, las críticas y las
descalificaciones groseras. Todo eso lo hace más fuerte porque la
exigencia de unidad es mayor. Una crisis de gobierno tras una crisis sanitaria y económica como la actual sería otra catástrofe.
14. Europa. Los burócratas de la austeridad y la predestinación del norte de Europa parecen estar aprendiendo las lecciones de la Gran Depresión de 2008. Pero nunca acaban de dar su brazo a torcer. En el fondo lo que se ventila no es tanto una cuestión de poder y control de los organismos europeos, sino el que debería ser objetivo esencial de la unidad: la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos del continente y el progreso de la democracia sin las lacras de un capitalismo brutal que mira por los intereses de los capitales financieros. Hay que estar vigilándolos, para que no sigan alentando prejuicios contra los socios del sur.