Oficialmente la campaña electoral comenzó el
pasado día 13, pero llevamos una precampaña constante, prácticamente desde el 1
de junio de 2018, sobre todo por los partidos de la derecha. Asistimos los
ciudadanos a una campaña permanente amplificada por los medios de comunicación.
Pero es cierto que estas elecciones se presentan muy reñidas, a juzgar por el
panorama que ofrecen las distintas encuestas.
Todo indica que hay solo dos opciones de
acuerdo postelectoral:
- Un bloque formado por PP, Cs, VOX.
- Un bloque formado por
PSOE, UP, PNV.
Así como la primera opción es cerrada, la
segunda presenta flecos que conviene reseñar. Como han destacado los
periodistas tertulianos habituales, el deseo del PSOE sería pactar con UP y PNV
para no tener que recurrir al incómodo apoyo de ERC o, incluso, JxCat. Eso
resulta razonable y tan posible como las otras alternativas.
Hay una tercera opción, aireada de nuevo por
medios como EL PAÍS, partidario durante el bloqueo anterior de la Gran Coalición
de PSOE y PP, absurda por incompatibilidad manifiesta y por la repugnancia a
apoyar a un partido corrupto hasta el tuétano como era el PP de Mariano Rajoy.
Esa opción es la alianza PSOE-Cs, tan imposible como la anterior, no solo por
la negativa firme (si algo se puede considerar firme en ese partido) del líder
de Cs, sino porque ya se intentó en febrero de 2016, con el fiasco
consiguiente. Faltaron escaños, razonablemente PODEMOS se negó a entrar en ese
pacto, y Sánchez quedó escarmentado, además de que el fracaso preparó el camino
para su defenestración por las fuerzas ¿vivas? de su propio partido.
Por otra parte, no hay que olvidar el
corrimiento ideológico que han experimentado las fuerzas políticas. Cs abandonó
a raíz de aquel error estratégico su natural posicionamiento centrista,
abandono estimulado también por el tema de Cataluña. El PP posterior a Rajoy se
ha radicalizado: hay una lectura de esa evolución hacia la derecha que tiene
que ver con la corrupción, no en cuanto al repudio que el nuevo PP hace de la
de la época de Rajoy, sino al hecho de querer olvidarla y enterrarla, como si
no hubiera existido, porque lo que no se tolera no es la corrupción, sino el
hecho de que Rajoy no fuese capaz de mantenerla bajo la alfombra. En el fondo,
ese es el gran problema del PP de Pablo Casado: una huida hacia adelante, un no
querer saber. Sus declaraciones de lucha contra la corrupción son huecas, cada
nuevo caso conocido de la época anterior cae como una losa de la que ni quieren
hablar. ¿Alternativa?: la que han elegido, rescatar el viejo recetario del
aznarismo más rancio, asociarlo a la defensa de la integridad territorial
(léase Cataluña) y recriminar del modo más grosero cualquier acción del
gobierno Sánchez, al que califican, en el caso más suave, de usurpador por el triunfo
de la moción de censura.
La novedad es el fulgor de VOX. Hay quien
piensa que VOX está tirando de sus colegas ideológicos hacia la derecha. Creo
que la evolución de Cs y del PP de Pablo Casado se habría producido del mismo
modo aun sin la irrupción de VOX, como he intentado exponer más arriba.
En este punto, la campaña de estos tres
partidos se convierte en un alarde de ataques, muchos de ellos irresponsables,
insultantes y falaces contra el PSOE. Lo que menos importa es la oferta
programática, que parece trufada de “ocurrencias”.
¿Qué pasa entretanto en la izquierda? El
PSOE también ha virado ligeramente hacia una política socialdemócrata por un
lado y expectante sobre Cataluña, por la propia posición de Pedro Sánchez,
alejado de los augurios fúnebres de las casandras de turno, es decir, de
algunos de sus propios “barones” autonómicos. Pero asimismo por el pacto con UP
y por la necesidad, inherente a la práctica política del socialismo español de
la Transición, de intentar reformas de calado social profundo, con sus aciertos
y errores. Lo hizo, a su modo, González, lo hizo Rodríguez y lo ha hecho
Sánchez. Esa preocupación por la “gente” (Pablo Iglesias dixit) ha sido
asumida, con limitaciones (léase IBEX 35, Bruselas, oposición de los
independentistas catalanes, oposición del Senado controlado por el PP, algunos
medios de comunicación…), por el gobierno del “año Sánchez”.
UP se ha situado como la conciencia del
gobierno Sánchez y ha adoptado una posición más realista en sus propuestas,
incluidas las de tipo social, que han sido su gran banderín de enganche en
estos años. Ha sufrido una crisis inevitable, no solo por la traición de
Errejón, que tiene que ver con la dificultad de conjugar un modelo de
estructura tradicional con otro de tipo abierto, con un protagonismo para los
círculos difícil de conjugar con el excesivo personalismo de sus líderes y
figuras destacadas. En todo caso, la superación de la crisis ha pasado por
reafirmar el modelo de liderazgo de Pablo Iglesias (ahora un liderazgo bicéfalo
y familiar, gracias a la necesaria presencia de Irene Montero, que es un activo
muy valioso del partido), sin restar funciones a los círculos a nivel local ni
al papel que estos juegan como ámbito de discusión y de generación de ideas y
programas.
Hablando de estos últimos, y visto el cariz
agresivo de la campaña electoral, trapo al que lógicamente ni UP ni el PSOE
quieren entrar, el de UP, con sus 264 puntos acerca de todos los temas posibles
que preocupan a los ciudadanos, resulta un soplo de racionalidad en una
barahúnda constante de improperios y ocurrencias. Del mismo modo lo es la
puesta en escena de los mítines de la formación, en un espacio central no
elevado, y el lema de la campaña: “La historia la escribes tú”, bastante más
inteligente que los del resto de fuerzas políticas, pues remite a una utopía
clásica que, si bien es elemento fundacional del sistema democrático, en la práctica
está desvirtuada por todos los poderes fácticos que de verdad condicionan las
decisiones políticas. Dicho de modo lapidario: los ciudadanos elegimos libre y
democráticamente a los representantes, otra cosa es lo que ellos hacen (o
pueden hacer) con el poder otorgado. Y no menos importante en la campaña de UP,
la exhibición permanente de un pequeño ejemplar de la Constitución de 1978 con
un argumentario que le han puesto fácil los mal llamados partidos constitucionalistas.
La retórica del mitin incide en que la Constitución no se refiere como único
tema a la integridad territorial, sino a una larga serie de derechos que los
gobiernos, del signo que sea y por diversas razones, tienden a descuidar. Es
una campaña inteligente, sin crispación, que resalta lo que se denomina el
“déficit democrático” del país. La síntesis de eslogan sería que el
constitucionalismo no es envolverse en la bandera, sino tender a una sociedad
justa en la que los derechos consagrados en la Constitución de verdad sean
reales. Eso es lo que pretende el programa de UP.
No es tan diferente el del PSOE, que ha
aprovechado además sus consejos de ministros en funciones para ponerlo
parcialmente en práctica. Y es en esa coincidencia, aun parcial, en donde
radica la posible fuerza de una izquierda todavía dividida y dudosa sobre a qué
partido votar. La duda entre quienes no saben si votar a Cs o al PSOE resulta
difícil de entender. No así la de los que no saben si inclinarse por Pablo Iglesias
o por Pedro Sánchez. Algunos quizá decidan que la persecución organizada en la
época del ministro Jorge Fernández hacia PODEMOS y su máximo dirigente haya
sido demasiado. Iglesias recogerá frutos de esa condición de víctima, que ha
aireado de modo notable durante tres semanas en todos los medios de
comunicación. Pero hace bien en acallar durante el meollo de la campaña ese
argumento, pues la compasión, incluso la indignación, en política tienen corto
recorrido. Hace cuatro años y medio, en otra entrada de este mismo blog, se
escribía: “¿Cuáles son las causas de la inquina que está aplicando un
considerable sector de la clase política, apoyado por medios de comunicación,
contra la nueva formación? Probablemente solo hay una: miedo a una pérdida de
control de las instituciones, de los accesos a las fuentes de poder del
entramado político y administrativo…”. La cuestión es que el partido de Pablo
Iglesias ha superado en parte ese sistema de hostilidad institucional, si bien
tiene la de sectores considerables de las finanzas y los grupos de presión del
país. Pero hoy es un partido normalizado, con afán de gobernar y preparado
tácticamente para hacerlo, tras los años de experiencia en gobiernos municipales
y de Comunidades Autónomas. Su apuesta por la Constitución, en el sentido más
noble y amplio del término, lo legitima como uno de los grandes agentes de
transformación de la política en una actividad justa que busca el mayor
beneficio del llamado interés general.
Por eso conviene que sus resultados no
supongan una gran diferencia con respecto a los del PSOE, que parece tener
asegurada la mayoría. No se trata de que obtenga más escaños para presionar a
la hora de un posible gobierno de coalición con ministros de UP, eso es
anecdótico; sino de equilibrar el peso parlamentario del PSOE dentro de las
opciones de izquierda, seguir actuando de conciencia del partido de Pedro
Sánchez y moderar la influencia de otros posibles socios de gobierno,
eventualmente el PNV y hasta ERC. En este segundo caso, si bien en el tema de Cataluña
las coincidencias son significativas, UP podría ayudar a marcar los tiempos
ejerciendo una tarea paciente y constante de eliminación de asperezas entre sus
otros hipotéticos socios de legislatura.
Concluyendo: frente al voto por las derechas
actuales, que amenazan con llevar al país a una etapa de incierta involución de
la justicia social y de interpretación conservadora del pasado y de los
presupuestos fundadores del régimen de la Transición, es perentoria la opción
de un voto a una izquierda moderada que se ha ganado el derecho a gobernar de
un modo distinto a los hasta hace poco conocidos y que desea optar por una
política que coloque a los ciudadanos como los verdaderos beneficiarios de la acción
de gobierno. De otro modo, la fe en el sistema democrático continuará sufriendo
un deterioro de consecuencias imprevisibles.