sábado, 13 de diciembre de 2014

La persecución

   

   No hay duda de que PODEMOS está en el candelero. Una formación inexistente hace menos de un año se ha convertido en alternativa política real ante las próximas citas electorales españolas. Tras su éxito en las elecciones europeas, el partido de Pablo Iglesias afronta un reto de envergadura mayor. Sin embargo, parece que las previsiones son especialmente alentadoras. No obstante, PODEMOS tiene enemigos que intentarán aún obstaculizar su camino hacia el poder. ¿Cuáles son las causas de la inquina que está aplicando un considerable sector de la clase política, apoyado por medios de comunicación, contra la nueva formación? Probablemente solo hay una: miedo a una pérdida de control de las instituciones, de los accesos a las fuentes de poder del entramado político y administrativo en el que se mueven los partidos mayoritarios, esos que algunos llaman la minoría extractiva y otros, la casta. Este es un fenómeno que con la crisis ha quedado más en evidencia que nunca. Las familias políticas y castas regionales y locales entre las que se reclutan los cuadros intermedios del PP y del PSOE temen perder su influencia y su capacidad de manejo de los flujos económicos que han permitido su enriquecimiento personal, muchas veces, como ha empezado a destapar una parte de la prensa española, de forma ilegal e inmoral. Los partidos tradicionales se han convertido en una inmensa familia en la que todos pueden obtener beneficios a cuenta de las ganancias previsibles, bajo la mirada desatenta del patrono, es decir, el jefe regional, el secretario provincial, el muñidor de eventos, el cacique, el parlamentario, el jefe sindical o el propio presidente del partido, que han mirado frecuentemente hacia otro lado. La España finisecular del XX se antoja sospechosamente parecida a la del XIX: corrupción, compra de votos, venta de cargos, caciquismo, prebendas. Nunca se habrá alabado bastante la descripción de ese país que nos ha regalado Muñoz Molina en su apasionante Todo lo que era sólido, una lúcida crónica del pelotazo de las postrimerías, que solo la crisis ha sacado a la luz.
   PODEMOS va contra todo eso, he ahí la razón del temor. Si se tratase de una alternativa sin posibilidades no se habría diseñado la campaña que contra ellos se inició poco después de su sorprendente éxito en las elecciones europeas. De PODEMOS se critican muchas cosas, por cierto, con mal estilo y pésimo gusto, en la línea de descalificaciones soeces que ha mostrado en tres años de gobierno el PP y que no está lejana de la que han mostrado otros antiguos líderes del PSOE, incapaces de comprender el hecho de que la vieja política está en peligro de desaparición.
   Se dice que es un partido populista, extraña forma de echar basura sobre el enemigo. Populista, en el diccionario, significa perteneciente o relativo al pueblo, lejos del significado malicioso que le atribuyen. Populista se opone a la casta, a la minoría extractiva, a la élite monopolizadora del poder, así que es mejor ser populista que oligárquico.
   Se dice que PODEMOS no tiene programa, la más cínica de las acusaciones. Denles tiempo, señorías, lo están elaborando. Pero ¿acaso el programa es tan importante? ¿Acaso el PP, preludiado por el PSOE, no ha demostrado que el programa es una falacia costosa que se desinfla a la segunda oportunidad? El PP ha derribado la creencia democrática en los programas de los partidos; y no se sabe a la postre si es peor presentar un programa solo para ganar unas elecciones sin la menor intención de cumplirlo, o presentarlo creyendo en sus bondades y no defender ni una sola de sus premisas con el pretexto de que la crisis no lo permitía. Al final, el programa de gobierno del PP se ha mostrado de una irrelevancia supina. Nadie se acuerda ya de él, solo interesa tapar la gotera de los votos que se escapan a chorro.
   Se acusa a los rostros de PODEMOS de frecuentar las tertulias televisivas. Es una forma inteligente de saber qué piensan sus líderes. Ellos se explican, se defienden, argumentan, exponen. El presidente del gobierno, líder del partido más votado en las últimas generales, comparece en las televisiones públicas no más de dos veces al año. En Italia, que no es un país que pueda dar muchas lecciones de democracia, el presidente del consejo aparece semana sí y semana no en cadenas de televisión y en programas de debate político a defender con su desparpajo habitual sus posiciones. La cercanía de los jefes políticos se consigue en gran medida hablando en televisión, no con la jerga equívoca de los tuits ni en las conferencias de prensa sin preguntas.
   Se dice que son funcionarios universitarios que viven de sueldos del Estado. Otros líderes políticos eran inspectores de Hacienda o registradores de la propiedad. ¿No es deseable que sean las personas con una mejor preparación las que dirijan la política? Esta idea, de raigambre platónica y utópica, implica una compensación a una ciudadanía que se esfuerza por elevar el nivel cultural de sus componentes. El ideal de las democracias nacientes del siglo XVIII era precisamente que los mejores, en el sentido más noble del término, fuesen los guías de la sociedad.
   Además de un escrutinio constante de casi todo lo que hacen o dicen sus líderes, en busca perpetua de contradicciones lógicas e ideológicas, PODEMOS sufre una auténtica persecución mediática. Los periódicos de más tirada (El País, El Mundo) oscilan entre cierta admiración reverencial y un constante goteo de artículos de opinión de colaboradores habituales con el estoque afilado. Por si alcanzan el poder, no conviene que la inquina haya sido muy ostensible. Pero tienen, en general, una capacidad de análisis de la que carecen los enemigos políticos de PODEMOS, en particular PSOE y PP. PODEMOS supone un modelo aparentemente nuevo de hacer política. Es indudable que tendrá que someterse a las exigencias derivadas de una organización jerárquica, como es por definición un partido político, pero es más evidente que la opción de PODEMOS viene de la ilusión por la recuperación de la auténtica política, la que han mancillado con la corrupción los otros dirigentes de los otros partidos. Si la premisa democrática por excelencia es que el pueblo es soberano, la validación de PODEMOS vendrá de las urnas.

   PODEMOS es la constatación de que el sistema democrático, lejos de estar caduco como sostienen desde altas tribunas algunos intelectuales sobrevenidos, busca dentro de sí mismo una vía de regeneración. Si esta, en los albores del siglo XX español, se quedó en una patraña aparente, en el segundo decenio del XXI puede ser el camino hacia una democracia que recupere el verdadero sentido de protagonismo de los ciudadanos. Está claro que PODEMOS, si alcanza el poder, se acomodará a muchas de las prácticas políticas que hoy dice repudiar, pero el origen de la formación, una simbiosis perfecta de intelectuales capacitados y de situación de desastre nacional que requiere un cambio de rumbo de la política tal como la hemos vivido desde la Transición, resulta ya modélico. El ciudadano está tan harto de la corrupción y de la incapacidad de los gestores de la crisis que sabe muy bien a quién no debe votar en las próximas convocatorias. Eso forma parte del éxito de PODEMOS, pero no se le nieguen méritos. El manejo de las tecnologías de la información, la habilidad comunicativa, la organización interna, tan inútilmente criticada por sus opositores, son logros que serán copiados dentro de no mucho tiempo por otras formaciones. PODEMOS es el aldabonazo que necesita la política española en el momento más urgente, y su ejemplo, si bien no exportable, sí señala un camino para la regeneración de la democracia que antes o después deberá ser recorrido en todo el mundo.