viernes, 24 de abril de 2020

Ciertas certidumbres sobre la pandemia


A estas alturas de difusión de los contagios y de las informaciones, verdaderas, supuestas o falsas, hay algunas cosas que se pueden establecer con relativa seguridad.

1. El origen. Parece fuera de duda que se trata de un virus no generado en laboratorio, sino extendido en la ciudad china de Wuhan a partir, quizás, de un mercado callejero de animales vivos. Sin embargo hay una hipótesis, la de que se originó en el Instituo de Virología de Wuhan por un fallo en los sistemas de seguridad de un experimento con murciélagos y ratones. El virus se habría “escapado” y contagiado rápidamente. Esta es una teoría de la conspiración que ya fue desmentida a mitad de febrero en un artículo de The Washington Post. Pero ese mismo periódico ya no descartaba esa posibilidad a mitad de abril, coincidiendo con las acusaciones nada veladas lanzadas a propósito por el presidente Trump.

2. Las circunstancias. Resulta una dramática casualidad que surgiera la enfermedad en esa ciudad, donde existe uno de los pocos laboratorios de nivel 4, el máximo, de estudios virológicos. Por otro lado, las autoridades chinas tienen, lamentablemente, un largo historial de ocultaciones, retrasos y deformaciones informativas en torno a accidentes y desastres. La sospecha en Occidente es que los trapos sucios de China se lavan dentro del país, con frecuencia haciendo rodar cabezas, con el grado de literalidad que se desee.

3. Las mentiras. En este caso es seguro que el gobierno chino retuvo la información, por interés en ocultar o por falta de respuesta y de recursos. No quiso hacer caso del médico que primero denunció el peligro. Después, cuando ya era notoria la expansión del contagio, tardó en avisar a la OMS. Tampoco, pese al alarde mediático de los dos hospitales gigantes improvisados de Wuhan, es de fiar su cálculo de contagiados y fallecidos, con seguridad considerablemente más alto de los oficialmente declarados.

4. La OMS. Su papel resulta, como poco, decepcionante. Al principio no dio excesiva importancia y llegó a negar la calificación de pandemia. Cuando el virus se extendía a la carrera por Lombardía avisó de lo que se venía encima, pero ya era tarde. No ha adoptado medidas, salvo en forma de declaraciones y mensajes a veces contradictorios, como la utilidad de las mascarillas. Por lo demás, no se sabe que exista, excepto por las declaraciones quejumbrosas de su cara más visible, su presidente, Tedros Adhanom Ghebreyesus, cuyo nombre no conseguiremos aprender por más que aparezca en la televisión.

5. El gobierno de España. Siendo benévolo, ha hecho lo que ha podido, como la mayor parte de los países. Fue lento en adoptar medidas. Ahora sabemos que el virus estaba entre nosotros desde la primera mitad de febrero. El partido del Valencia en Milán, las manifestaciones del 8 de marzo y el congreso de VOX no ayudaron, desde luego. Era impensable lo que se venía encima, a pesar de la situación de Italia, dada la parálisis de la OMS. Después el gobierno ha ido a remolque de la situación, batallando con las taifas competenciales de las autonomías, las llamadas a la asonada de VOX, la especulación internacional del material sanitario y sus propios cambios de opinión.

6. Los otros países (I). La respuesta ha sido muy variada, pero resulta patético el inmovilismo cerril, al menos al principio, de algunos líderes mundiales. Los más llamativos han sido Boris Johnson, con su idea de la “inmunidad del rebaño”, que con su grosero nombre ya se define; Donald Trump, con sus vacilaciones entre salvar vidas o salvar la economía, una falsa disyuntiva, y con su guerra particular contra los gobernadores demócratas que se oponen a la salida prematura y sus propios asesores científicos, con vistas a su reelección de noviembre, todo eso sin perder ese aire de soberbia ofensiva típica del ignorante; Bolsonaro, que parece un superhéroe de tebeo, con sus declaraciones dignas de Trump, pero en un país que no es EE.UU.; y dejo para el final al más patético de todos, ese senil López Obrador que esgrimía una estampita religiosa como antídoto efectivo contra el virus. Irresponsables e incompetentes. Ver cómo han llegado al poder sería para otros varios artículos, pero la historia es más o menos sabida.

7. Los otros países (II). Grecia reaccionó muy pronto y muy adecuadamente, lo mismo que Alemania y Portugal. Pero los modelos no europeos siguen siendo Corea del Sur, con su abundancia de test y sus controles exhaustivos a gran parte de la población, y Taiwan. Añádase que, como en los casos de China y Japón, sus poblaciones están más habituadas a epidemias ocasionales, en plazos de menos de 10 años. De modo que saben mejor que los europeos cómo hacerles frente. Las mascarillas forman parte de las medidas que están acostumbrados a aplicar con absoluta naturalidad.

8. Los sanitarios. Han jugado en campo contrario, al menos los españoles. En primer lugar, despacharon con cierta ligereza los primeros casos de febrero creyendo que se trataba de gripes o neumonías comunes, pese a advertencias de colegas de los servicios de urgencias, que avisaban de la extraña gravedad de algunos cuadros clínicos. Después se han visto desbordados por la falta de medios y la abundancia de pacientes. Han tenido que bregar en primera línea con la enfermedad y eso les ha pasado factura en forma de numerosos contagiados y fallecidos.

9. Las residencias. Se han convertido en el pozo negro de la pandemia en España. En algunas comunidades las defunciones en ellas rebasan el 80% del total. Descuido de las administraciones autonómicas, falta de inspecciones, amiguismo en las concesiones de licencias de apertura. Es un gran negocio, pero está pendiente de un sistema de control y regulación. Pero no todo se puede achacar a ellas. Hubo falta de agilidad de las autoridades sanitarias, estatales y autonómicas para impedir las visitas de familiares mucho antes de lo que se hizo, y luego no se les dio el tratamiento adecuado a los residentes en cuanto a distanciamiento físico, medicación y aislamiento. Los recursos que faltaban en los hospitales públicos tampoco llegaban a las residencias.

10. El estado de alarma. Tardío, pero severo. Vistas las circunstancias, no había otra posibilidad para detener la expansión del virus, salvo el estado de excepción que algunos periodistas han reclamado. Las condiciones del confinamiento son razonables, por muy largo que sea. No hay alternativa, porque las posibilidades de nuevas difusiones de la enfermedad no están descartadas. No hay que tener una percepción demasiado complaciente del grado de cumplimiento por la ciudadanía. Las denuncias, sin contar reconvenciones y charlas disuasorias, rondan ya las 100.000. Que muchas no acaben prosperando es lo de menos, lo que importa es comprobar que siempre hay ciudadanos que creen estar al margen de las leyes. 

11. Los científicos. En las televisiones aparecen a diario. Sus dictámenes resultan apaciguadores para la población, excepto los de aquellos, que los hay, que no aportan nada. Pero del conjunto de sus declaraciones, es cierto que de una población muy variada (médicos en ejercicio, funcionarios y ex funcionarios de la OMS, catedráticos, virólogos, epidemiólogos, divulgadores científicos, investigadores del CSIC, etc.), se desprende inevitablemente una serie de contradicciones, no solo en cuanto al uso de la famosa mascarilla y sus distintas variedades, sino respecto a las valoraciones de las características de la enfermedad. Es cierto, en su descargo, que esas características se han ido conociendo mejor según avanzaban los estudios y la búsqueda de remedios. Con seguridad, hay gente muy preparada trabajando para lograr soluciones y vacunas. Pero no a todos se está haciendo caso por igual.

12. La información. Es abrumadora, lo que es un elogio, no una crítica. El problema es el de siempre. Los voceros de los medios afines y hostiles a los gobiernos apoyan con suavidad y critican con dureza, respectivamente, las decisiones. Eso obliga a amplificar las respuestas de los políticos de todos los bandos a la acción de los gobiernos. En el caso español, se vuelve a la palestra diaria de la misma política de siempre: el golpe bajo al hígado del contrincante, a veces apoyados en los bulos, que son siempre de mala fe. Solo que, ahora, la posición del gobierno es aparentemente más cuidadosa, en una crisis sin precedentes para la que nadie puede imaginar de verdad cómo habría reaccionado la oposición de haber estado en el poder.

13. Los políticos. VOX pide la dimisión del gobierno, el PP oscila entre sus contradicciones habituales desde la llegada de Casado al frente; Ciudadanos parece apoyar con más seguridad la acción del gobierno. Pero en el mercado de préstamos y deudas en que se ha convertido el parlamento, nada hay que sea gratis. Ni siquiera el apoyo en estas circunstancias. El único consuelo, incluso para los que no lo ven así, es que probablemente el gobierno saldrá más fortalecido de la situación, pese a los ataques, las críticas y las descalificaciones groseras. Todo eso lo hace más fuerte porque la exigencia de unidad es mayor. Una crisis de gobierno tras una crisis sanitaria y económica como la actual sería otra catástrofe.

14. Europa. Los burócratas de la austeridad y la predestinación del norte de Europa parecen estar aprendiendo las lecciones de la Gran Depresión de 2008. Pero nunca acaban de dar su brazo a torcer. En el fondo lo que se ventila no es tanto una cuestión de poder y control de los organismos europeos, sino el que debería ser objetivo esencial de la unidad: la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos del continente y el progreso de la democracia sin las lacras de un capitalismo brutal que mira por los intereses de los capitales financieros. Hay que estar vigilándolos, para que no sigan alentando prejuicios contra los socios del sur.