viernes, 26 de mayo de 2017

LSD


  Droga pura y dura. El proceso de primarias del PSOE ha dejado resaca. López, Sánchez y Díaz nos han hecho alucinar durante unas semanas de ¿campaña? electoral sin precedentes en la historia reciente de la democracia española.
  El primero apeló siempre a la unidad, intentando en apariencia mediar entre dos facciones irreconciliables, en fin, queriendo ser aguja de coser un roto, rebelde a fuer de desgastado el tejido. El segundo ganó por deméritos de los rivales y hastío de muchos militantes hacia la corrupción del PP. La tercera perdió por una mezcla de torpeza (mal cálculo de sus poderes) y de soberbia (no hubo programa ni campaña propiamente, excepto la reiteración del vamos a ganar al PP).
  Pedro Sánchez fue descartado prematuramente cuando la cuartelada del 1 de octubre lo descabalgó de su montura. Un golpe tan zafio, propio de la España decimonónica, no podía ser perdonado por los espíritus ecuánimes. Cierto que la entrevista con Jordi Évole en Salvados le granjeó más enemistades (en realidad eran las mismas que ya tenía, solo que ahora fueron declaradas), de modo que más de uno certificó su entierro político (ya había sido ejecutado por la “ejecutiva”). Sin embargo, obró con audacia juliana y, tras dejar el acta de diputado, empezó a sopesar las posibilidades que le ofrecía el proceso de las primarias.
  La audacia fue sustituida por astucia. Primero calibró la traición de sus allegados: aprendió una dura lección política en sus carnes por las defecciones de Luena y Hernando. Después comprobó la mala fe de la gestora al dilatar todo el procedimiento con la esperanza de que se disolviera el tufo de la asonada. Por último, corroboró la sospecha de la mala planificación de Susana Díaz, que hizo una campaña sin principio ni fin, llena de frases huecas, y tardíamente anunciada. López nunca fue rival, sino el contrapunto ético que resaltaba la banalidad de las propuestas de Díaz. Al menos, Pedro Sánchez entonaba de nuevo el mantra del “no es no” y la versión revertida de “sí es sí”, con la diferencia de que ambas cobran más sentido cuando ya es evidente que el partido del gobierno se mantiene indignamente sobre un flotador relleno de corrupción.
  Los análisis habituales de que las bases saben lo que quieren y están alejadas de las élites son básicamente ciertos. Susana Díaz nadaba contra la corriente y no supo leer la historia reciente de su propio partido: Borrell, Zapatero, el propio Sánchez… Su rostro en la foto de la noche electoral delataba algo más que decepción.
  Ahora se abre un futuro incierto. Los barones del PSOE han quedado tan desairados como la propia candidata apoyada por ellos. Cuando acusaban a Sánchez de haber hecho daño al partido emplearon una saña impropia, pero sobre todo innecesaria. Nunca reconocerán que ellos han hecho más daño que el propio “secretario general electo”.
  Hará bien Sánchez en no fiarse de ellos. Si fueron capaces de una alcaldada como la del 1 de octubre, son capaces de poner todos los palos en las ruedas del nuevo secretario. Pero hay que darles un margen de confianza, no debería verlos Sánchez como enemigos.
  Más claros tiene otros. Los de siempre. El editorial de EL PAÍS del 22 de mayo se volvía a despachar a gusto: El “Brexit” del PSOE. La victoria de Sánchez profundiza la crisis del Partido Socialista.
  Más allá de la poco afortunada y oportunista comparación con la salida del Reino Unido de la UE, el segundo titular supone ya una declaración de guerra. ¿Por qué profundiza la crisis la victoria de Sánchez? Intenta explicarlo el editorialista, pero es poco creíble, se tira a la yugular con un odio atávico difícil de entender, excepto por un contagio de los métodos y estilos de la caverna mediática de la derecha más rancia.
  Comienza acusando a Sánchez de las derrotas electorales (¿olvida a Alfredo Pérez?), las divisiones internas y los vaivenes ideológicos. Las divisiones internas no las produjo él, uno no se divide solo, lo dividen. Los vaivenes se los impuso la baronía cuando el 28 de diciembre de 2015 le prohibió pactar con nacionalistas/independentistas.
  Después comete un error de bulto equiparando el Brexit con el reférendum colombiano y la victoria de Trump. Pero da por hecho que los tres acontecimientos son el resultado de prácticas torticeras de los diseñadores de las campañas electorales, como si de nuevo los votantes no supiesen votar.
Sin embargo, la línea profunda del razonamiento es más increíble: Sánchez no pudo gobernar ni puede hacerlo, lo cual, según el editorialista, lo inhabilita para ser secretario general. Parece deducirse el silogismo de que solo quien esté en condiciones objetivas de gobernar está legitimado para saltar a la palestra de la política española. Sin embargo, Susana Díaz habría estado en las mismas condiciones que su rival, fuera del Parlamento y sin posibilidades hasta las próximas generales, independientemente de que ella no hubiese hecho “giros ideológicos”.
  Justo por hacerlos tiene Sánchez más posibilidades que Susana Díaz. El editorial termina con una especie de maldición profética e insiste en la profundización de una gravísima crisis interna con Pedro Sánchez al frente. No parece darse cuenta de que la victoria de Sánchez refleja el triunfo de unas ideas que están pidiendo la modernización del partido. En vez de mirar al legado de un pasado no tan ejemplar, las bases están señalando a todo el partido, no a Pedro Sánchez, el camino del futuro. Y de una forma irreprochablementedemocrática. De la que carece, por cierto, el dedo del señor Rajoy.
  EL PAÍS no parece entender que el grado de hastío de la ciudadanía hacia la corrupción del partido gobernante se incrementa. Con la excepción del gobierno de Felipe González, ningún otro ha presidido España durante más de ocho años. Cuando termine ese ciclo, si hay cierto mantenimiento de la leve recuperación, el PP perderá las elecciones, habrá dejado de ser el instrumento tal vez necesario, tal vez útil para salir del hoyo; y, por lo tanto, será prescindible. La socialdemocracia se maneja mejor en la abundancia que en la escasez, a diferencia de la derecha, que solo sabe gestionar injusticia, desigualdad y recortes. El populismo es también de derechas y puede llegar a ser muy reaccionario. Es populista exigir responsabilidad por sistema a los partidos de la oposición con el o estás conmigo o estás contra mí, como si no hubiese otras vías. Es populista descalificar al adversario sistemáticamente, es populista negar las evidencias de los recortes, la corrupción y los intentos por taparla para que no aflore. Y es groseramente populista y maleducado, al estilo del más adusto Maduro, que el señor Rajoy no haya felicitado al nuevo secretario general del PSOE.