domingo, 1 de diciembre de 2019

El proceso de Julia Carta


   Durante los meses de octubre y noviembre he podido presentar mi traducción del libro del profesor Tomasino Pinna, titulada La Inquisición en Cerdeña. El proceso de Julia Carta. El libro recoge la peripecia judicial de una mujer de la aldea sarda de Siligo, que vivió entre los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII. En 1596 fue acusada por el Tribunal del Santo Oficio de Sassari de “hereje luterana y hechicera”. Conforme a esa acusación quedó recluida durante un año en las cárceles del castillo aragonés de la ciudad, en medio de unas condiciones durísimas, teniendo que amamantar a su hijo de unos pocos meses.
   Julia Carta pertenecía a un mundo de campesinos cerrado, en el que las relaciones se estrechaban cotidianamente, para lo bueno y para lo malo. Si durante al menos diez años ejerce con sabiduría sus oficios de curandera, adivina y hacedora de amuletos para beneficio de la comunidad, en un momento determinado cae en desgracia y se va a convertir en una persona temida a causa de sus poderes también maléficos.
   El Tribunal del Santo Oficio la mantendrá en la cárcel hasta que confiese la verdad que los inquisidores desean oír, una verdad de tintes teológicos, relacionada con el diablo. Julia Carta les ofrece en bandeja esa declaración, cansada de sus meses en prisión, con perspectivas de tortura y de permanecer por mucho más tiempo privada de libertad.
   El profesor Pinna recoge muy bien el mundo de las clases populares de la isla en el siglo XVI y sus características de solidaridad interna pero también de riñas relativamente frecuentes. Julia es perjudicada por miembros de su comunidad y, con el proceso iniciado, obligada a enfrentarse al poder religioso y omnipresente de la Inquisición española, con sus códigos ideológicos y de represión difícilmente comprensibles para una mujer de tan humilde condición como Julia Carta.


  El libro fue presentado el día 16 de octubre en la Facultad de Letras de la Universidad de Sassari en el transcurso de un acto que sirvió de homenaje al profesor Pinna y en el que se descubrió una placa en el aula en la que solía impartir sus lecciones.


  También tuve ocasión de exponer las vicisitudes de Julia Carta a un nutrido grupo de alumnos del Liceo Pietro Martini de Monserrato el día 21.


  Por último, para completar el periplo isleño, la traducción fue presentada en la librería Il Miele Amaro de Cagliari el día 22.


  En Zaragoza el acto tuvo lugar el día 28 de noviembre en el Antiguo Salón de Plenos de la DPZ. En la organización colaboró la Asociación Cultural Amigos del Instituto Élaios. El profesor Eliseo Serrano, Catedrático de Historia Moderna de la UZ y director de la colección De Letras, en la que se ha publicado el libro, presentó el acto.
  Desde aquí deseo agradecer a la IFC la ocasión de editar el libro. Y también a todas las personas que han contribuido a su presentación: el profesor Attilio Mastino en la Universidad de Sassari; el director del Liceo Pietro Martini, Domenico Ripa, que prestó el aula magna para la charla; la profesora Tonina Paba, de la Universidad de Cagliari, que ofreció su amistad y colaboración para el acto de la librería.
  En el siguiente enlace se puede consultar la reseña que hizo Julio García Caparrós, a quien agradezco la lectura paciente y sabia del libro.
https://amanecemetropolis.net/una-vez-en-la-isla-de-cerdena-el-diablo/

lunes, 15 de abril de 2019

La campaña

Elecciones generales 2019: La campaña electoral, en directo


   Oficialmente la campaña electoral comenzó el pasado día 13, pero llevamos una precampaña constante, prácticamente desde el 1 de junio de 2018, sobre todo por los partidos de la derecha. Asistimos los ciudadanos a una campaña permanente amplificada por los medios de comunicación. Pero es cierto que estas elecciones se presentan muy reñidas, a juzgar por el panorama que ofrecen las distintas encuestas.

   Todo indica que hay solo dos opciones de acuerdo postelectoral:
  •  Un bloque formado por PP, Cs, VOX.
  • Un bloque formado por PSOE, UP, PNV.

   Así como la primera opción es cerrada, la segunda presenta flecos que conviene reseñar. Como han destacado los periodistas tertulianos habituales, el deseo del PSOE sería pactar con UP y PNV para no tener que recurrir al incómodo apoyo de ERC o, incluso, JxCat. Eso resulta razonable y tan posible como las otras alternativas.
   Hay una tercera opción, aireada de nuevo por medios como EL PAÍS, partidario durante el bloqueo anterior de la Gran Coalición de PSOE y PP, absurda por incompatibilidad manifiesta y por la repugnancia a apoyar a un partido corrupto hasta el tuétano como era el PP de Mariano Rajoy. Esa opción es la alianza PSOE-Cs, tan imposible como la anterior, no solo por la negativa firme (si algo se puede considerar firme en ese partido) del líder de Cs, sino porque ya se intentó en febrero de 2016, con el fiasco consiguiente. Faltaron escaños, razonablemente PODEMOS se negó a entrar en ese pacto, y Sánchez quedó escarmentado, además de que el fracaso preparó el camino para su defenestración por las fuerzas ¿vivas? de su propio partido.
   Por otra parte, no hay que olvidar el corrimiento ideológico que han experimentado las fuerzas políticas. Cs abandonó a raíz de aquel error estratégico su natural posicionamiento centrista, abandono estimulado también por el tema de Cataluña. El PP posterior a Rajoy se ha radicalizado: hay una lectura de esa evolución hacia la derecha que tiene que ver con la corrupción, no en cuanto al repudio que el nuevo PP hace de la de la época de Rajoy, sino al hecho de querer olvidarla y enterrarla, como si no hubiera existido, porque lo que no se tolera no es la corrupción, sino el hecho de que Rajoy no fuese capaz de mantenerla bajo la alfombra. En el fondo, ese es el gran problema del PP de Pablo Casado: una huida hacia adelante, un no querer saber. Sus declaraciones de lucha contra la corrupción son huecas, cada nuevo caso conocido de la época anterior cae como una losa de la que ni quieren hablar. ¿Alternativa?: la que han elegido, rescatar el viejo recetario del aznarismo más rancio, asociarlo a la defensa de la integridad territorial (léase Cataluña) y recriminar del modo más grosero cualquier acción del gobierno Sánchez, al que califican, en el caso más suave, de usurpador por el triunfo de la moción de censura.
   La novedad es el fulgor de VOX. Hay quien piensa que VOX está tirando de sus colegas ideológicos hacia la derecha. Creo que la evolución de Cs y del PP de Pablo Casado se habría producido del mismo modo aun sin la irrupción de VOX, como he intentado exponer más arriba.
   En este punto, la campaña de estos tres partidos se convierte en un alarde de ataques, muchos de ellos irresponsables, insultantes y falaces contra el PSOE. Lo que menos importa es la oferta programática, que parece trufada de “ocurrencias”.
   ¿Qué pasa entretanto en la izquierda? El PSOE también ha virado ligeramente hacia una política socialdemócrata por un lado y expectante sobre Cataluña, por la propia posición de Pedro Sánchez, alejado de los augurios fúnebres de las casandras de turno, es decir, de algunos de sus propios “barones” autonómicos. Pero asimismo por el pacto con UP y por la necesidad, inherente a la práctica política del socialismo español de la Transición, de intentar reformas de calado social profundo, con sus aciertos y errores. Lo hizo, a su modo, González, lo hizo Rodríguez y lo ha hecho Sánchez. Esa preocupación por la “gente” (Pablo Iglesias dixit) ha sido asumida, con limitaciones (léase IBEX 35, Bruselas, oposición de los independentistas catalanes, oposición del Senado controlado por el PP, algunos medios de comunicación…), por el gobierno del “año Sánchez”.
   UP se ha situado como la conciencia del gobierno Sánchez y ha adoptado una posición más realista en sus propuestas, incluidas las de tipo social, que han sido su gran banderín de enganche en estos años. Ha sufrido una crisis inevitable, no solo por la traición de Errejón, que tiene que ver con la dificultad de conjugar un modelo de estructura tradicional con otro de tipo abierto, con un protagonismo para los círculos difícil de conjugar con el excesivo personalismo de sus líderes y figuras destacadas. En todo caso, la superación de la crisis ha pasado por reafirmar el modelo de liderazgo de Pablo Iglesias (ahora un liderazgo bicéfalo y familiar, gracias a la necesaria presencia de Irene Montero, que es un activo muy valioso del partido), sin restar funciones a los círculos a nivel local ni al papel que estos juegan como ámbito de discusión y de generación de ideas y programas.
   Hablando de estos últimos, y visto el cariz agresivo de la campaña electoral, trapo al que lógicamente ni UP ni el PSOE quieren entrar, el de UP, con sus 264 puntos acerca de todos los temas posibles que preocupan a los ciudadanos, resulta un soplo de racionalidad en una barahúnda constante de improperios y ocurrencias. Del mismo modo lo es la puesta en escena de los mítines de la formación, en un espacio central no elevado, y el lema de la campaña: “La historia la escribes tú”, bastante más inteligente que los del resto de fuerzas políticas, pues remite a una utopía clásica que, si bien es elemento fundacional del sistema democrático, en la práctica está desvirtuada por todos los poderes fácticos que de verdad condicionan las decisiones políticas. Dicho de modo lapidario: los ciudadanos elegimos libre y democráticamente a los representantes, otra cosa es lo que ellos hacen (o pueden hacer) con el poder otorgado. Y no menos importante en la campaña de UP, la exhibición permanente de un pequeño ejemplar de la Constitución de 1978 con un argumentario que le han puesto fácil los mal llamados partidos constitucionalistas. La retórica del mitin incide en que la Constitución no se refiere como único tema a la integridad territorial, sino a una larga serie de derechos que los gobiernos, del signo que sea y por diversas razones, tienden a descuidar. Es una campaña inteligente, sin crispación, que resalta lo que se denomina el “déficit democrático” del país. La síntesis de eslogan sería que el constitucionalismo no es envolverse en la bandera, sino tender a una sociedad justa en la que los derechos consagrados en la Constitución de verdad sean reales. Eso es lo que pretende el programa de UP.
   No es tan diferente el del PSOE, que ha aprovechado además sus consejos de ministros en funciones para ponerlo parcialmente en práctica. Y es en esa coincidencia, aun parcial, en donde radica la posible fuerza de una izquierda todavía dividida y dudosa sobre a qué partido votar. La duda entre quienes no saben si votar a Cs o al PSOE resulta difícil de entender. No así la de los que no saben si inclinarse por Pablo Iglesias o por Pedro Sánchez. Algunos quizá decidan que la persecución organizada en la época del ministro Jorge Fernández hacia PODEMOS y su máximo dirigente haya sido demasiado. Iglesias recogerá frutos de esa condición de víctima, que ha aireado de modo notable durante tres semanas en todos los medios de comunicación. Pero hace bien en acallar durante el meollo de la campaña ese argumento, pues la compasión, incluso la indignación, en política tienen corto recorrido. Hace cuatro años y medio, en otra entrada de este mismo blog, se escribía: “¿Cuáles son las causas de la inquina que está aplicando un considerable sector de la clase política, apoyado por medios de comunicación, contra la nueva formación? Probablemente solo hay una: miedo a una pérdida de control de las instituciones, de los accesos a las fuentes de poder del entramado político y administrativo…”. La cuestión es que el partido de Pablo Iglesias ha superado en parte ese sistema de hostilidad institucional, si bien tiene la de sectores considerables de las finanzas y los grupos de presión del país. Pero hoy es un partido normalizado, con afán de gobernar y preparado tácticamente para hacerlo, tras los años de experiencia en gobiernos municipales y de Comunidades Autónomas. Su apuesta por la Constitución, en el sentido más noble y amplio del término, lo legitima como uno de los grandes agentes de transformación de la política en una actividad justa que busca el mayor beneficio del llamado interés general. 
   Por eso conviene que sus resultados no supongan una gran diferencia con respecto a los del PSOE, que parece tener asegurada la mayoría. No se trata de que obtenga más escaños para presionar a la hora de un posible gobierno de coalición con ministros de UP, eso es anecdótico; sino de equilibrar el peso parlamentario del PSOE dentro de las opciones de izquierda, seguir actuando de conciencia del partido de Pedro Sánchez y moderar la influencia de otros posibles socios de gobierno, eventualmente el PNV y hasta ERC. En este segundo caso, si bien en el tema de Cataluña las coincidencias son significativas, UP podría ayudar a marcar los tiempos ejerciendo una tarea paciente y constante de eliminación de asperezas entre sus otros hipotéticos socios de legislatura.
   Concluyendo: frente al voto por las derechas actuales, que amenazan con llevar al país a una etapa de incierta involución de la justicia social y de interpretación conservadora del pasado y de los presupuestos fundadores del régimen de la Transición, es perentoria la opción de un voto a una izquierda moderada que se ha ganado el derecho a gobernar de un modo distinto a los hasta hace poco conocidos y que desea optar por una política que coloque a los ciudadanos como los verdaderos beneficiarios de la acción de gobierno. De otro modo, la fe en el sistema democrático continuará sufriendo un deterioro de consecuencias imprevisibles.
   


miércoles, 27 de marzo de 2019

El dilema de Malinche


   La noticia saltó repentinamente a los titulares del día: algo así como que el presidente de México pedía al rey de España que se disculpara por los abusos y el genocidio cometidos por los españoles llegados a América a partir de 1492, y en particular, por la conquista del territorio de los mexicas y la destrucción de la vieja capital Tenochtitlán por obra de Hernán Cortés y sus hombres. Una parte textual de la carta refiere: “que el Estado español admita su responsabilidad histórica por esas ofensas y ofrezca las disculpas o resarcimientos políticos que convengan”.
   Más allá de la noticia en sí, ha llamado poderosamente la atención la inmediata y visceral reacción de los líderes de los partidos políticos españoles. Entre Casado y Rivera el resultado es, una vez más, mero patrioterismo. Ambos hablan de afrenta, ofensa, manipulación histórica y populismo. Vox se ha mostrado más cerebral y distante, quizá porque ese debate lo da por superado entre sus dirigentes, ventajas de tener conchas muy duras. Podemos pone la nota discordante y escueta: “[López Obrador] tiene mucha razón en exigirle al rey que pida perdón por los abusos en la conquista”. En línea parecida ha opinado el PNV. Por último, el Gobierno, por boca del ministro de AA. EE., Josep Borrell, ha sido muy cuidadoso en su reacción, manejando un argumento de tipo histórico: "La llegada, hace quinientos años, de los españoles a las actuales tierras mexicanas no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas".
   Quizá cabe hacer algunas consideraciones justamente de tipo histórico para ver algo de luz en la demanda del presidente mexicano.
   Unas, de tipo secundario:

  • La llegada de los castellanos del siglo XV y XVI a América fue un hecho que se inscribe en el movimiento de larga duración de la apertura de nuevas rutas mundiales por parte de las naciones europeas. Ese movimiento tiene sus causas y sus características, entre las cuales están los precedentes de los portugueses desde el siglo XIV, la búsqueda de una ruta que sorteara el bloqueo del comercio de las especias establecido por los recientes conquistadores (1453) de Estambul, los otomanos, y, por último, los avances técnicos que permitieron el desarrollo de la navegación.
  • A la luz de estos acontecimientos históricos incuestionables, la “conquista” de América por los castellanos recién llegados podría calificarse, si fuésemos capaces de un distanciamiento tan eficaz como el que la historiografía inglesa tiene para sus aventuras marítimas de los siglos XVI y XVII, de “expansión del capitalismo comercial”. En resumen, la Castilla de la Edad Moderna conquistó para controlar las fuentes del trabajo y del capital que iría descubriendo en América: la plata, la producción agrícola y un comercio muy activo entre las colonias y la corona. Algo que de un modo u otro hicieron Francia o Inglaterra en América del Norte y Portugal en el futuro Brasil por la misma época.

  Pero hay consideraciones más fundamentales que hacer. La principal, que probablemente constituye la piedra de toque de toda la polémica, es que el razonamiento del presidente de México está viciado por la suposición esencialista de la existencia eterna e inmutable de las formas de los estados nacionales. Es obvio que la tierra asolada por Cortés, dividida entre diferentes pueblos que no mantenían precisamente unas relaciones siempre cordiales, no tiene ya mucho que ver con el actual Estado mexicano. Ni la Castilla de 1519 es la España del siglo XXI, ni la dinastía reinante entonces, por cierto, era la misma que la actual. Dato casi anecdótico que, no obstante, hace más relevante la argumentación, pues se asiste al dislate de que se exija pedir perdón al representante de un Estado entonces inexistente. El argumento tiene también su reverso, pues descalifica a su vez las reacciones de Rivera y Casado. No puede haber afrenta a quienes no son en ningún grado causantes de aquella “ofensa” que menciona Andrés Manuel López en su carta al rey de España. El problema es que Casado y Rivera (y algunos más) asumen también el poderoso referente del estado nacional. Es curioso que critiquen tan fervientemente otros nacionalismos. Pero ya sabemos que estos suelen ser excluyentes.

   Quizá la respuesta más ponderada fue la del propio Borrell mencionada más arriba. Con un corolario irrefutable del ministro: “…de igual manera que no vamos a exigirle a Francia que presente disculpas por lo que hicieron los soldados de Napoleón cuando invadieron España. Igual que los franceses no van a pedir explicaciones a Italia por la conquista de las Galias”. El ministro acierta de lleno con ejemplos muy pertinentes. Dicho de otro modo, la lista de posibles disculpas sería tan larga como para encadenar una serie interminable de episodios que la causalidad histórica, que no es moral precisamente, ha conectado desde hace siglos. De un modo más brutal, como afirma Noah Harari en su celebrado último libro 21 preguntas para el siglo XXI, nadie ha dicho que la historia sea justa.
  Tras esta reflexión se podría matizar aún algo más: por ejemplo que, admitida la brutalidad de ciertos aspectos de la explotación a la que los castellanos sometieron a la población americana, de sobra conocidos, trabajo en las minas (no más brutal que el que estableció Roma en Hispania), encomiendas, imposición de estructuras sociales y administrativas importadas, de lengua y religión (en la historia antigua de España se habla de romanización en un sentido positivo, por contraste), destrucción de Tenochtitlán, etc., hay que recordar lo que la comunidad de historiadores tiene muy señalado, a saber: que la mayor parte de la mortandad de los habitantes del continente americano se debió a la falta de defensas ante las patologías propias de Europa; que hubo denuncias inmediatas de los abusos (el célebre Bartolomé de las Casas); que Castilla legisló los derechos de los americanos en 1542 con las no menos famosas Leyes de Indias, si bien es cierto que hubo numerosos incumplimientos; que se desarrollaron experiencias de relativo éxito, aun discutibles en determinados aspectos, como las misiones de los jesuitas o reducciones, ejemplo precursor de las utopías ilustradas del siglo XVIII.
   Un último punto que requiere una matización. Se habla frecuentemente, y el propio presidente de México lo acaba de hacer, de genocidio de la población americana por parte de los conquistadores. El término es inadecuado por cuanto vuelve a suponer un reduccionismo histórico sin rigor alguno. La acepción usual de “eliminación sistemática de un grupo humano” no se dio en la América española. Murieron muchos, cierto, por las causas apuntadas anteriormente, pero nadie propuso ni ejecutó un plan sistemático de exterminio. El genocidio es un término moderno pues designa una realidad moderna, especialmente de ese siglo XX que reveló tantos horrores: el genocidio armenio de 1915-1916, el genocidio de los judíos por los nazis, el holocausto de Stalin en Ucrania, el de los jemeres rojos, el de Ruanda. La lista es lo bastante larga por sí sola para que vengamos a engrosarla de manera impropia con añadidos espurios.
   Fuera de argumentaciones históricas, la diplomacia debería hablar en este caso. Las palabras de Borrell, una vez más, demuestran sensatez en medio de un coro desaforado de declaraciones fuera de lugar: “Hay que mantener la mejor relación entre los pueblos”. Y sin duda hay fórmulas que permitan un gesto de la diplomacia española hacia México sin que parezca forzosamente una claudicación ante las exigencias del señor Andrés Manuel López.