lunes, 15 de abril de 2019

La campaña

Elecciones generales 2019: La campaña electoral, en directo


   Oficialmente la campaña electoral comenzó el pasado día 13, pero llevamos una precampaña constante, prácticamente desde el 1 de junio de 2018, sobre todo por los partidos de la derecha. Asistimos los ciudadanos a una campaña permanente amplificada por los medios de comunicación. Pero es cierto que estas elecciones se presentan muy reñidas, a juzgar por el panorama que ofrecen las distintas encuestas.

   Todo indica que hay solo dos opciones de acuerdo postelectoral:
  •  Un bloque formado por PP, Cs, VOX.
  • Un bloque formado por PSOE, UP, PNV.

   Así como la primera opción es cerrada, la segunda presenta flecos que conviene reseñar. Como han destacado los periodistas tertulianos habituales, el deseo del PSOE sería pactar con UP y PNV para no tener que recurrir al incómodo apoyo de ERC o, incluso, JxCat. Eso resulta razonable y tan posible como las otras alternativas.
   Hay una tercera opción, aireada de nuevo por medios como EL PAÍS, partidario durante el bloqueo anterior de la Gran Coalición de PSOE y PP, absurda por incompatibilidad manifiesta y por la repugnancia a apoyar a un partido corrupto hasta el tuétano como era el PP de Mariano Rajoy. Esa opción es la alianza PSOE-Cs, tan imposible como la anterior, no solo por la negativa firme (si algo se puede considerar firme en ese partido) del líder de Cs, sino porque ya se intentó en febrero de 2016, con el fiasco consiguiente. Faltaron escaños, razonablemente PODEMOS se negó a entrar en ese pacto, y Sánchez quedó escarmentado, además de que el fracaso preparó el camino para su defenestración por las fuerzas ¿vivas? de su propio partido.
   Por otra parte, no hay que olvidar el corrimiento ideológico que han experimentado las fuerzas políticas. Cs abandonó a raíz de aquel error estratégico su natural posicionamiento centrista, abandono estimulado también por el tema de Cataluña. El PP posterior a Rajoy se ha radicalizado: hay una lectura de esa evolución hacia la derecha que tiene que ver con la corrupción, no en cuanto al repudio que el nuevo PP hace de la de la época de Rajoy, sino al hecho de querer olvidarla y enterrarla, como si no hubiera existido, porque lo que no se tolera no es la corrupción, sino el hecho de que Rajoy no fuese capaz de mantenerla bajo la alfombra. En el fondo, ese es el gran problema del PP de Pablo Casado: una huida hacia adelante, un no querer saber. Sus declaraciones de lucha contra la corrupción son huecas, cada nuevo caso conocido de la época anterior cae como una losa de la que ni quieren hablar. ¿Alternativa?: la que han elegido, rescatar el viejo recetario del aznarismo más rancio, asociarlo a la defensa de la integridad territorial (léase Cataluña) y recriminar del modo más grosero cualquier acción del gobierno Sánchez, al que califican, en el caso más suave, de usurpador por el triunfo de la moción de censura.
   La novedad es el fulgor de VOX. Hay quien piensa que VOX está tirando de sus colegas ideológicos hacia la derecha. Creo que la evolución de Cs y del PP de Pablo Casado se habría producido del mismo modo aun sin la irrupción de VOX, como he intentado exponer más arriba.
   En este punto, la campaña de estos tres partidos se convierte en un alarde de ataques, muchos de ellos irresponsables, insultantes y falaces contra el PSOE. Lo que menos importa es la oferta programática, que parece trufada de “ocurrencias”.
   ¿Qué pasa entretanto en la izquierda? El PSOE también ha virado ligeramente hacia una política socialdemócrata por un lado y expectante sobre Cataluña, por la propia posición de Pedro Sánchez, alejado de los augurios fúnebres de las casandras de turno, es decir, de algunos de sus propios “barones” autonómicos. Pero asimismo por el pacto con UP y por la necesidad, inherente a la práctica política del socialismo español de la Transición, de intentar reformas de calado social profundo, con sus aciertos y errores. Lo hizo, a su modo, González, lo hizo Rodríguez y lo ha hecho Sánchez. Esa preocupación por la “gente” (Pablo Iglesias dixit) ha sido asumida, con limitaciones (léase IBEX 35, Bruselas, oposición de los independentistas catalanes, oposición del Senado controlado por el PP, algunos medios de comunicación…), por el gobierno del “año Sánchez”.
   UP se ha situado como la conciencia del gobierno Sánchez y ha adoptado una posición más realista en sus propuestas, incluidas las de tipo social, que han sido su gran banderín de enganche en estos años. Ha sufrido una crisis inevitable, no solo por la traición de Errejón, que tiene que ver con la dificultad de conjugar un modelo de estructura tradicional con otro de tipo abierto, con un protagonismo para los círculos difícil de conjugar con el excesivo personalismo de sus líderes y figuras destacadas. En todo caso, la superación de la crisis ha pasado por reafirmar el modelo de liderazgo de Pablo Iglesias (ahora un liderazgo bicéfalo y familiar, gracias a la necesaria presencia de Irene Montero, que es un activo muy valioso del partido), sin restar funciones a los círculos a nivel local ni al papel que estos juegan como ámbito de discusión y de generación de ideas y programas.
   Hablando de estos últimos, y visto el cariz agresivo de la campaña electoral, trapo al que lógicamente ni UP ni el PSOE quieren entrar, el de UP, con sus 264 puntos acerca de todos los temas posibles que preocupan a los ciudadanos, resulta un soplo de racionalidad en una barahúnda constante de improperios y ocurrencias. Del mismo modo lo es la puesta en escena de los mítines de la formación, en un espacio central no elevado, y el lema de la campaña: “La historia la escribes tú”, bastante más inteligente que los del resto de fuerzas políticas, pues remite a una utopía clásica que, si bien es elemento fundacional del sistema democrático, en la práctica está desvirtuada por todos los poderes fácticos que de verdad condicionan las decisiones políticas. Dicho de modo lapidario: los ciudadanos elegimos libre y democráticamente a los representantes, otra cosa es lo que ellos hacen (o pueden hacer) con el poder otorgado. Y no menos importante en la campaña de UP, la exhibición permanente de un pequeño ejemplar de la Constitución de 1978 con un argumentario que le han puesto fácil los mal llamados partidos constitucionalistas. La retórica del mitin incide en que la Constitución no se refiere como único tema a la integridad territorial, sino a una larga serie de derechos que los gobiernos, del signo que sea y por diversas razones, tienden a descuidar. Es una campaña inteligente, sin crispación, que resalta lo que se denomina el “déficit democrático” del país. La síntesis de eslogan sería que el constitucionalismo no es envolverse en la bandera, sino tender a una sociedad justa en la que los derechos consagrados en la Constitución de verdad sean reales. Eso es lo que pretende el programa de UP.
   No es tan diferente el del PSOE, que ha aprovechado además sus consejos de ministros en funciones para ponerlo parcialmente en práctica. Y es en esa coincidencia, aun parcial, en donde radica la posible fuerza de una izquierda todavía dividida y dudosa sobre a qué partido votar. La duda entre quienes no saben si votar a Cs o al PSOE resulta difícil de entender. No así la de los que no saben si inclinarse por Pablo Iglesias o por Pedro Sánchez. Algunos quizá decidan que la persecución organizada en la época del ministro Jorge Fernández hacia PODEMOS y su máximo dirigente haya sido demasiado. Iglesias recogerá frutos de esa condición de víctima, que ha aireado de modo notable durante tres semanas en todos los medios de comunicación. Pero hace bien en acallar durante el meollo de la campaña ese argumento, pues la compasión, incluso la indignación, en política tienen corto recorrido. Hace cuatro años y medio, en otra entrada de este mismo blog, se escribía: “¿Cuáles son las causas de la inquina que está aplicando un considerable sector de la clase política, apoyado por medios de comunicación, contra la nueva formación? Probablemente solo hay una: miedo a una pérdida de control de las instituciones, de los accesos a las fuentes de poder del entramado político y administrativo…”. La cuestión es que el partido de Pablo Iglesias ha superado en parte ese sistema de hostilidad institucional, si bien tiene la de sectores considerables de las finanzas y los grupos de presión del país. Pero hoy es un partido normalizado, con afán de gobernar y preparado tácticamente para hacerlo, tras los años de experiencia en gobiernos municipales y de Comunidades Autónomas. Su apuesta por la Constitución, en el sentido más noble y amplio del término, lo legitima como uno de los grandes agentes de transformación de la política en una actividad justa que busca el mayor beneficio del llamado interés general. 
   Por eso conviene que sus resultados no supongan una gran diferencia con respecto a los del PSOE, que parece tener asegurada la mayoría. No se trata de que obtenga más escaños para presionar a la hora de un posible gobierno de coalición con ministros de UP, eso es anecdótico; sino de equilibrar el peso parlamentario del PSOE dentro de las opciones de izquierda, seguir actuando de conciencia del partido de Pedro Sánchez y moderar la influencia de otros posibles socios de gobierno, eventualmente el PNV y hasta ERC. En este segundo caso, si bien en el tema de Cataluña las coincidencias son significativas, UP podría ayudar a marcar los tiempos ejerciendo una tarea paciente y constante de eliminación de asperezas entre sus otros hipotéticos socios de legislatura.
   Concluyendo: frente al voto por las derechas actuales, que amenazan con llevar al país a una etapa de incierta involución de la justicia social y de interpretación conservadora del pasado y de los presupuestos fundadores del régimen de la Transición, es perentoria la opción de un voto a una izquierda moderada que se ha ganado el derecho a gobernar de un modo distinto a los hasta hace poco conocidos y que desea optar por una política que coloque a los ciudadanos como los verdaderos beneficiarios de la acción de gobierno. De otro modo, la fe en el sistema democrático continuará sufriendo un deterioro de consecuencias imprevisibles.