sábado, 2 de junio de 2018

Rajoy, fin de la c(u)ita



   La caída de Rajoy puede parecer, a primera vista, tan inesperada como oportuna. Solo hacía una semana que el Congreso había aprobado los Presupuestos Generales y el ex presidente daba por hecho finalizar la legislatura no antes de 2020. Y en cuanto a la oportunidad, hoy se despeja el camino a la recuperación del gobierno autonómico en Cataluña después de siete meses de Artículo 155.
   Sin embargo, un análisis de más calado permite ver que el germen del hundimiento estaba en el panorama político desde hace un tiempo. No es banal reparar en que la mayoría parlamentaria que ha derribado el gobierno de Rajoy es la misma que salió de las elecciones de junio de 2016. ¿Qué ha variado pues para que haya triunfado la moción de censura? En primer lugar, el valor del intento previo de UP y la candidatura de Pablo Iglesias. El líder de PODEMOS no consiguió el objetivo, pero puso los puntos sobre las íes al señalar la corrupción antigua y constante de muchos de los dirigentes del PP. En segundo lugar, el cerco mediático y judicial a esa corrupción, que se ha incrementado desde entonces, con la aparición, para desgracia del PP y de Rajoy, de más casos, algunos tan sonados como el de Cristina Cifuentes o el de Eduardo Zaplana. En tercer lugar, como se ha visto, la sentencia del caso Gürtel. Ha sido la gota que ha colmado el vaso, es lo que han debido de pensar los grupos parlamentarios que han votado contra el gobierno del PP. Pero era una bomba de espoleta retardada. Pese a sus 134 diputados, el PP ha estado en minoría evidente en la cámara. Todos los demás, por razones diversas, estaban contra él. Los catalanes y vascos, por razones relativas al encaje territorial, sin mencionar la escalada del asunto de Cataluña. UP y PSOE, porque son partidos de izquierdas y, en el caso del segundo, por los impulsos renovados tras el triunfo hace un año de Pedro Sánchez en las primarias para la secretaría general de su partido. S0lo hacía falta un catalizador que hiciese explotar al gobierno. Y se produjo con la sentencia. Pero no hay que despreciar el arrojo de Sánchez al presentar la moción de censura.
   El PP ha cavado su propia fosa. Pero no es la primera vez que lo hace. En las dos ocasiones en que ha gobernado en España, con Aznar y con Rajoy, ha salido de mala manera. El 14 de marzo de 2004 el PP perdió unas elecciones que cuatro días antes se auguraban victoriosas. Las perdieron por la mentira contumaz y torticera sobre la autoría del atentado del día 11 de marzo en Madrid. Parece que no aprendieron la lección: la corrupción y las mentiras sobre ella han hecho hartarse a sus señorías. Rajoy mintió en la pantalla de plasma, mintió el 1 de agosto de 2013 en el Congreso, mintió en su declaración como testigo ante los jueces en julio del año pasado y ha desdeñado sistemáticamente las preguntas de la prensa sobre los casos de corrupción de su partido. Mentir de nuevo sobre la sentencia era la única estrategia posible, pero esta vez no les ha funcionado. Hay un límite para todo.
   La estrategia de Rajoy, tan alabada por la prensa de derechas, de dejar pasar el tiempo ha contribuido poderosamente a su caída. Y con ella arrastra a su partido. El talante personalista del PP ha impedido la aparición de voces críticas y cuando han surgido han sido ninguneadas o acalladas radicalmente, como con Cifuentes. La inacción, la pasividad, la putrefacción de la ética política de Rajoy son los culpables de la caída. El otro escalón en el que Rajoy ha tropezado ha sido Cataluña: no vale la pena referir los aspectos tan lamentables de una gestión errática y cobarde. Todos recordamos las visitas inútiles de la ex vicepresidenta al señor Junqueras, las cargas policiales contra ciudadanos en su mayoría indefensos el 1 de octubre del año pasado, la instrumentalización de los tribunales para resolver la ausencia de políticas de diálogo. Alargando los tiempos, Rajoy ha durado menos que Aznar y menos que Rodríguez.
   Pero volvamos a la moción del día 1 de junio. La audacia de Sánchez ha generado varias consecuencias:
1.       La perspectiva de una cierta unidad de la izquierda política, añorada por amplios sectores de la ciudadanía que han visto con desencanto la lucha interna en el PSOE tras el descabalgamiento de su líder el 1 de octubre de 2016; y de quienes votaban a PODEMOS con la esperanza de mayores réditos electorales para un cambio de envergadura.
2.       Ciudadanos ha quedado descolocado. Solo había que ver el gesto descompuesto de Rivera en la tribuna o en el saludo de felicitación al candidato investido. Su apuesta de adelanto electoral, basada en las encuestas, ha quedado desvirtuada. Tampoco estaba claro el auge de su formación en las generales. El modelo catalán, que allí si triunfó con Inés Arrimadas, no tenía por qué repetirse en España.
3.      La liquidación del problema Rajoy/PP. Se intuían más casos de corrupción, más desmentidos y falsedades del gobierno anterior y más inacción desidiosa sobre Cataluña. Un partido que empezó  a lucrarse en los tiempos de Aznar mediante la adjudicación de obra pública y grandes eventos a cambio de comisiones ilegales que eran repartidas entre sus principales dirigentes y acumuladas por la tesorería de la calle Génova y en las bancas de Suiza no podía seguir gobernando. Hace ya tiempo que Sánchez le dijo a la cara a Rajoy que no era decente. Ha tardado un poco en actuar en consecuencia.
4.      El final del gobierno lleva implícito el final de una política típica de la derecha española de la democracia que Rajoy ha llevado a su máximo exponente: la soberbia y la impunidad. La soberbia del “no me voy, me quedo, me voy a quedar”. Rajoy ha caído como sus predecesores corruptos. Aguantando el sillón frente a toda evidencia, sostenido en la mentira y hasta el límite de lo racional. Solo que la caída de Rajoy ha tenido tintes de drama shakespeariano. Bien está lo que bien acaba.
   Ahora se intuye una oposición feroz. Es posible. Pero antes el PP va a tener que afrontar su proceso de renovación. Las victorias unen del mismo modo que las derrotas separan. Rajoy no tiene ya afectos, excepto los pocos que decidan dejarse arrastrar al precipicio con él. La lucha interna empieza enseguida. Y el ex presidente no sobrevivirá a ella. El PP debe renovarse completamente. Eso los mantendrá ocupados. Siempre habrá que aguantar a ese hincha violento y vaporoso que es su portavoz, esgrimiendo los fantoches de una ultraderecha que sigue sin transigir con la memoria histórica, con los nacionalismos, con los imaginarios lazos de PODEMOS con el terrorismo etarra o iraní, con los populismos, con la “traición” de Ciudadanos…
   El corolario es que la democracia, lejos de estar en crisis, se renueva oportunamente gracias a la irrupción de nuevos partidos, a la aparición de movimientos sociales de todo tipo (15-M, plataformas antidesahucio, movimientos feministas y contra la violencia sexual, pensionistas) que ofrecen resistencia a políticas (antipolíticas) que, con el pretexto de la crisis, han ahondado la brecha económica entre las clases y han llevado a una parte de los ciudadanos a una situación de precariedad que supone la antítesis del objetivo de justicia social que debe ser el fundamento de una democracia moderna. La derecha española de Rajoy ha empeorado notablemente respecto a la de los tiempos de Aznar. Por incompetencia, por falsedad, por corrupción, por mendacidad y por falta de sintonía con las clases menos favorecidas. Librarse de ella era una obligación y un propósito que pareció necesario a sus señorías. La estrategia de Ciudadanos quedaba fuera de la foto. No había alternativa: con Rajoy o contra Rajoy. La torpeza del ex presidente y de su partido fue no ver que todos estaban contra ellos. No se habría entendido que el PNV hubiese votado otra cosa.


   La imagen del escaño vacío toda la tarde del día 31 fue un reflejo del mandato del gallego: puro escapismo, mezcla de su crónico desdén y su patológica cobardía. No sabemos si en el reservado del restaurante en el que pasó la tarde lo dejaron fumarse un puro, pero sí advertimos en televisión su paso tambaleante al franquear el umbral. Quizá ha sido la imagen más humanamente irresponsable del general que intuye la derrota. Ya puede ser compadecido, aunque a muchos nos va a costar.