La caída de Rajoy puede
parecer, a primera vista, tan inesperada como oportuna. Solo hacía una semana
que el Congreso había aprobado los Presupuestos Generales y el ex presidente
daba por hecho finalizar la legislatura no antes de 2020. Y en cuanto a la
oportunidad, hoy se despeja el camino a la recuperación del gobierno autonómico
en Cataluña después de siete meses de Artículo 155.
Sin embargo, un análisis de
más calado permite ver que el germen del hundimiento estaba en el panorama
político desde hace un tiempo. No es banal reparar en que la mayoría parlamentaria
que ha derribado el gobierno de Rajoy es la misma que salió de las elecciones
de junio de 2016. ¿Qué ha variado pues para que haya triunfado la moción de
censura? En primer lugar, el valor del intento previo de UP y la candidatura de
Pablo Iglesias. El líder de PODEMOS no consiguió el objetivo, pero puso los
puntos sobre las íes al señalar la corrupción antigua y constante de muchos de
los dirigentes del PP. En segundo lugar, el cerco mediático y judicial a esa
corrupción, que se ha incrementado desde entonces, con la aparición, para
desgracia del PP y de Rajoy, de más casos, algunos tan sonados como el de
Cristina Cifuentes o el de Eduardo Zaplana. En tercer lugar, como se ha visto,
la sentencia del caso Gürtel. Ha sido la gota que ha colmado el vaso, es lo que
han debido de pensar los grupos parlamentarios que han votado contra el
gobierno del PP. Pero era una bomba de espoleta retardada. Pese a sus 134
diputados, el PP ha estado en minoría evidente en la cámara. Todos los demás,
por razones diversas, estaban contra él. Los catalanes y vascos, por razones
relativas al encaje territorial, sin mencionar la escalada del asunto de
Cataluña. UP y PSOE, porque son partidos de izquierdas y, en el caso del
segundo, por los impulsos renovados tras el triunfo hace un año de Pedro
Sánchez en las primarias para la secretaría general de su partido. S0lo hacía
falta un catalizador que hiciese explotar al gobierno. Y se produjo con la
sentencia. Pero no hay que despreciar el arrojo de Sánchez al presentar la
moción de censura.
El PP ha cavado su propia
fosa. Pero no es la primera vez que lo hace. En las dos ocasiones en que ha
gobernado en España, con Aznar y con Rajoy, ha salido de mala manera. El 14 de
marzo de 2004 el PP perdió unas elecciones que cuatro días antes se auguraban victoriosas. Las perdieron por la mentira contumaz y torticera sobre la
autoría del atentado del día 11 de marzo en Madrid. Parece que no aprendieron
la lección: la corrupción y las mentiras sobre ella han hecho hartarse a sus
señorías. Rajoy mintió en la pantalla de plasma, mintió el 1 de agosto de 2013
en el Congreso, mintió en su declaración como testigo ante los jueces en julio
del año pasado y ha desdeñado sistemáticamente las preguntas de la prensa sobre los casos de
corrupción de su partido. Mentir de nuevo sobre la sentencia era la única
estrategia posible, pero esta vez no les ha funcionado. Hay un límite para
todo.
La estrategia de Rajoy, tan
alabada por la prensa de derechas, de dejar pasar el tiempo ha contribuido
poderosamente a su caída. Y con ella arrastra a su partido. El talante
personalista del PP ha impedido la aparición de voces críticas y cuando han
surgido han sido ninguneadas o acalladas radicalmente, como con Cifuentes. La
inacción, la pasividad, la putrefacción de la ética política de Rajoy son los
culpables de la caída. El otro escalón en el que Rajoy ha tropezado ha sido
Cataluña: no vale la pena referir los aspectos tan lamentables de una gestión
errática y cobarde. Todos recordamos las visitas inútiles de la ex vicepresidenta
al señor Junqueras, las cargas policiales contra ciudadanos en su mayoría
indefensos el 1 de octubre del año pasado, la instrumentalización de los tribunales
para resolver la ausencia de políticas de diálogo. Alargando los tiempos, Rajoy
ha durado menos que Aznar y menos que Rodríguez.
Pero volvamos a la moción
del día 1 de junio. La audacia de Sánchez ha generado varias consecuencias:
1. La
perspectiva de una cierta unidad de la izquierda política, añorada por amplios
sectores de la ciudadanía que han visto con desencanto la lucha interna en el
PSOE tras el descabalgamiento de su líder el 1 de octubre de 2016; y de quienes
votaban a PODEMOS con la esperanza de mayores réditos electorales para un
cambio de envergadura.
2. Ciudadanos
ha quedado descolocado. Solo había que ver el gesto descompuesto de Rivera en
la tribuna o en el saludo de felicitación al candidato investido. Su apuesta de
adelanto electoral, basada en las encuestas, ha quedado desvirtuada. Tampoco
estaba claro el auge de su formación en las generales. El modelo catalán, que
allí si triunfó con Inés Arrimadas, no tenía por qué repetirse en España.
3. La
liquidación del problema Rajoy/PP. Se intuían más casos de corrupción, más
desmentidos y falsedades del gobierno anterior y más inacción desidiosa sobre
Cataluña. Un partido que empezó a
lucrarse en los tiempos de Aznar mediante la adjudicación de obra pública y
grandes eventos a cambio de comisiones ilegales que eran repartidas entre sus
principales dirigentes y acumuladas por la tesorería de la calle Génova y en
las bancas de Suiza no podía seguir gobernando. Hace ya tiempo que Sánchez le
dijo a la cara a Rajoy que no era decente. Ha tardado un poco en actuar en
consecuencia.
4. El
final del gobierno lleva implícito el final de una política típica de la
derecha española de la democracia que Rajoy ha llevado a su máximo exponente:
la soberbia y la impunidad. La soberbia del “no me voy, me quedo, me voy a
quedar”. Rajoy ha caído como sus predecesores corruptos. Aguantando el sillón
frente a toda evidencia, sostenido en la mentira y hasta el límite de lo
racional. Solo que la caída de Rajoy ha tenido tintes de drama shakespeariano.
Bien está lo que bien acaba.
Ahora se intuye una oposición feroz. Es posible. Pero
antes el PP va a tener que afrontar su proceso de renovación. Las victorias
unen del mismo modo que las derrotas separan. Rajoy no tiene ya afectos,
excepto los pocos que decidan dejarse arrastrar al precipicio con él. La lucha
interna empieza enseguida. Y el ex presidente no sobrevivirá a ella. El PP debe
renovarse completamente. Eso los mantendrá ocupados. Siempre habrá que aguantar
a ese hincha violento y vaporoso que
es su portavoz, esgrimiendo los fantoches de una ultraderecha que sigue sin
transigir con la memoria histórica, con los nacionalismos, con los imaginarios
lazos de PODEMOS con el terrorismo etarra o iraní, con los populismos, con la “traición”
de Ciudadanos…
El corolario es que la democracia, lejos de estar en
crisis, se renueva oportunamente gracias a la irrupción de nuevos partidos, a
la aparición de movimientos sociales de todo tipo (15-M, plataformas
antidesahucio, movimientos feministas y contra la violencia sexual,
pensionistas) que ofrecen resistencia a políticas (antipolíticas) que, con el
pretexto de la crisis, han ahondado la brecha económica entre las clases y han
llevado a una parte de los ciudadanos a una situación de precariedad que supone
la antítesis del objetivo de justicia social que debe ser el fundamento de una
democracia moderna. La derecha española de Rajoy ha empeorado notablemente respecto a la
de los tiempos de Aznar. Por incompetencia, por falsedad, por corrupción, por
mendacidad y por falta de sintonía con las clases menos favorecidas. Librarse
de ella era una obligación y un propósito que pareció necesario a sus señorías.
La estrategia de Ciudadanos quedaba fuera de la foto. No había alternativa: con
Rajoy o contra Rajoy. La torpeza del ex presidente y de su partido fue no ver
que todos estaban contra ellos. No se habría entendido que el PNV hubiese
votado otra cosa.
La imagen del escaño vacío toda la tarde del día 31 fue
un reflejo del mandato del gallego: puro escapismo, mezcla de su crónico desdén
y su patológica cobardía. No sabemos si en el reservado del restaurante en el
que pasó la tarde lo dejaron fumarse un puro, pero sí advertimos en televisión
su paso tambaleante al franquear el umbral. Quizá ha sido la imagen más
humanamente irresponsable del general que intuye la derrota. Ya puede ser compadecido,
aunque a muchos nos va a costar.