Droga
pura y dura. El proceso de primarias del PSOE ha dejado resaca. López, Sánchez y Díaz nos
han hecho alucinar durante unas semanas de ¿campaña? electoral sin precedentes
en la historia reciente de la democracia española.
El
primero apeló siempre a la unidad, intentando en apariencia mediar entre dos
facciones irreconciliables, en fin, queriendo ser aguja de coser un roto,
rebelde a fuer de desgastado el tejido. El segundo ganó por deméritos de los
rivales y hastío de muchos militantes hacia la corrupción del PP. La tercera
perdió por una mezcla de torpeza (mal cálculo de sus poderes) y de soberbia (no
hubo programa ni campaña propiamente, excepto la reiteración del vamos a ganar
al PP).
Pedro
Sánchez fue descartado prematuramente cuando la cuartelada del 1 de octubre lo
descabalgó de su montura. Un golpe tan zafio, propio de la España decimonónica,
no podía ser perdonado por los espíritus ecuánimes. Cierto que la entrevista
con Jordi Évole en Salvados le
granjeó más enemistades (en realidad eran las mismas que ya tenía, solo que
ahora fueron declaradas), de modo que más de uno certificó su entierro político
(ya había sido ejecutado por la “ejecutiva”). Sin embargo, obró con audacia
juliana y, tras dejar el acta de diputado, empezó a sopesar las posibilidades
que le ofrecía el proceso de las primarias.
La
audacia fue sustituida por astucia. Primero calibró la traición de sus
allegados: aprendió una dura lección política en sus carnes por las defecciones
de Luena y Hernando. Después comprobó la mala fe de la gestora al dilatar todo
el procedimiento con la esperanza de que se disolviera el tufo de la asonada.
Por último, corroboró la sospecha de la mala planificación de Susana Díaz, que
hizo una campaña sin principio ni fin, llena de frases huecas, y tardíamente
anunciada. López nunca fue rival, sino el contrapunto ético que resaltaba la banalidad
de las propuestas de Díaz. Al menos, Pedro Sánchez entonaba de nuevo el mantra
del “no es no” y la versión revertida de “sí es sí”, con la diferencia de que
ambas cobran más sentido cuando ya es evidente que el partido del gobierno se
mantiene indignamente sobre un flotador relleno de corrupción.
Los
análisis habituales de que las bases saben lo que quieren y están alejadas de
las élites son básicamente ciertos. Susana Díaz nadaba contra la corriente y no
supo leer la historia reciente de su propio partido: Borrell, Zapatero, el
propio Sánchez… Su rostro en la foto de la noche electoral delataba algo más
que decepción.
Ahora
se abre un futuro incierto. Los barones del PSOE han quedado tan desairados
como la propia candidata apoyada por ellos. Cuando acusaban a Sánchez de haber
hecho daño al partido emplearon una saña impropia, pero sobre todo innecesaria.
Nunca reconocerán que ellos han hecho más daño que el propio “secretario
general electo”.
Hará
bien Sánchez en no fiarse de ellos. Si fueron capaces de una alcaldada como la
del 1 de octubre, son capaces de poner todos los palos en las ruedas del nuevo
secretario. Pero hay que darles un margen de confianza, no debería verlos
Sánchez como enemigos.
Más
claros tiene otros. Los de siempre. El editorial de EL PAÍS del 22 de mayo se volvía a despachar a gusto: El “Brexit”
del PSOE. La victoria de Sánchez profundiza la crisis del Partido Socialista.
Más
allá de la poco afortunada y oportunista comparación con la salida del Reino
Unido de la UE, el segundo titular supone ya una declaración de guerra. ¿Por
qué profundiza la crisis la victoria de Sánchez? Intenta explicarlo el
editorialista, pero es poco creíble, se tira a la yugular con un odio atávico
difícil de entender, excepto por un contagio de los métodos y estilos de la
caverna mediática de la derecha más rancia.
Comienza
acusando a Sánchez de las derrotas electorales (¿olvida a Alfredo Pérez?), las
divisiones internas y los vaivenes ideológicos. Las divisiones internas no las
produjo él, uno no se divide solo, lo dividen. Los vaivenes se los impuso la
baronía cuando el 28 de diciembre de 2015 le prohibió pactar con nacionalistas/independentistas.
Después
comete un error de bulto equiparando el Brexit con el reférendum colombiano y
la victoria de Trump. Pero da por hecho que los tres acontecimientos son el
resultado de prácticas torticeras de los diseñadores de las campañas
electorales, como si de nuevo los votantes no supiesen votar.
Sin
embargo, la línea profunda del razonamiento es más increíble: Sánchez no pudo
gobernar ni puede hacerlo, lo cual, según el editorialista, lo inhabilita para
ser secretario general. Parece deducirse el silogismo de que solo quien esté en
condiciones objetivas de gobernar está legitimado para saltar a la palestra de
la política española. Sin embargo, Susana Díaz habría estado en las mismas
condiciones que su rival, fuera del Parlamento y sin posibilidades hasta las
próximas generales, independientemente de que ella no hubiese hecho “giros
ideológicos”.
Justo
por hacerlos tiene Sánchez más posibilidades que Susana Díaz. El editorial
termina con una especie de maldición profética e insiste en la profundización
de una gravísima crisis interna con Pedro Sánchez al frente. No parece darse
cuenta de que la victoria de Sánchez refleja el triunfo de unas ideas que están
pidiendo la modernización del partido. En vez de mirar al legado de un pasado
no tan ejemplar, las bases están señalando a todo el partido, no a Pedro
Sánchez, el camino del futuro. Y de una forma irreprochablementedemocrática.
De la que carece, por cierto, el dedo del señor Rajoy.
EL PAÍS no parece entender que
el grado de hastío de la ciudadanía hacia la corrupción del partido gobernante
se incrementa. Con la excepción del gobierno de Felipe González, ningún otro ha
presidido España durante más de ocho años. Cuando termine ese ciclo, si hay
cierto mantenimiento de la leve recuperación, el PP perderá las elecciones,
habrá dejado de ser el instrumento tal vez necesario, tal vez útil para salir
del hoyo; y, por lo tanto, será prescindible. La socialdemocracia se maneja
mejor en la abundancia que en la escasez, a diferencia de la derecha, que solo
sabe gestionar injusticia, desigualdad y recortes. El populismo es también de
derechas y puede llegar a ser muy reaccionario. Es populista exigir
responsabilidad por sistema a los partidos de la oposición con el o estás
conmigo o estás contra mí, como si no hubiese otras vías. Es populista
descalificar al adversario sistemáticamente, es populista negar las evidencias
de los recortes, la corrupción y los intentos por taparla para que no aflore. Y
es groseramente populista y maleducado, al estilo del más adusto Maduro, que el
señor Rajoy no haya felicitado al nuevo secretario general del PSOE.
Mi comentador político favorito, podía no escorarse tanto hacia PIT
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