jueves, 29 de junio de 2023

Reaccionarios (I)

 


   A estas alturas de precampaña electoral es más que evidente que el PP tiene un problema de relación con VOX. Su política respecto a la fuerza de ultraderecha ha sido ambigua y vacilante, desde la sesión del Congreso en que Pablo Casado marcó de forma hiriente las diferencias, hasta los momentos actuales en que la posibilidad de gobernar en varias Comunidades Autónomas hace que el partido del logo azul se plantee pactos de investidura, pactos de gobernabilidad y alianzas parlamentarias.

   Esa ambigüedad obedece a causas diversas: en primer lugar, el propio PP tiene dos almas contrapuestas, la de una derecha moderada, que asume con naturalidad, al menos en las declaraciones oficiales y no oficiales, los presupuestos básicos en los que se asientan los derechos humanos más elementales, incluidos los de sectores sociales muy específicos (léase colectivos LGTBI, por ejemplo); y, por otro lado, el alma reaccionaria de un sector que va ganando poco a poco efectivos, próximo a los postulados de VOX por ideología o por conveniencia electoral y de toma de poder. Esa alma más moderada va perdiendo terreno a ojos vista, como se ha podido comprobar en la rectificación (verbal) de la candidata del PP a la Presidencia de la Junta de Extremadura. Sus principios, declarados a los cuatro vientos en las jornadas posteriores al 28 de mayo, le impedían otorgar a VOX ni tan solo una Consejería, al tratarse de un partido que no cree en la violencia machista, ni en el cambio climático, ni en tantas otras evidencias cotidianas. Ahora sus intervenciones no demonizan (Abascal dixit) al partido del logo verde y no descarta ella misma seguir negociando hasta lograr un punto de acuerdo.

   Es evidente que esas dos almas del PP están en lucha perpetua en un cuerpo que se revuelve, pues ninguna halla acomodo total. El líder del partido, entretanto, el señor Núñez, está ejerciendo de gallego de tal manera que no sabe con qué alma quedarse, si bien es visible su giro hacia posiciones más radicales conforme avanza la precampaña. Da la sensación de que, como suele ocurrir en estos casos, las “viejas glorias” avalan la toma del poder a toda costa: ahí tenemos la posición de Aznar y de Esperanza Aguirre, sin ir más lejos. Pero parece más decisiva la influencia de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Su ascendencia dentro de las filas del partido, aún manejada con discreción, es cada vez mayor. Y su línea ideológica, cercana al trumpismo más populista, significa que todo vale para despachar de una vez al gobierno de Pedro Sánchez.

   Sin embargo, esta ambigüedad puede tener un efecto contrario a los intereses del PP. El de desesperar a quienes detestan al presidente del gobierno, si el partido no adopta pronto un criterio estable de pactos indiscriminados con VOX en las CC. AA. Y el de debilitar aún más la posición y las expectativas de triunfo de un Núñez que, caso de no vencer el 23 de julio, vería cuestionada su predominancia momentánea en el partido.

   En cualquier caso, el PP tiene otros problemas: ha desplegado durante los cinco años que lleva en la desleal oposición una estrategia de acoso y derribo al gobierno de Sánchez. Los insultos son quizá la parte menos importante, aunque más efectista. Pero ha hecho un mal favor al sistema con su obstinación en no renovar el CGPJ y, sobre todo, con el uso de artillería de dirección equivocada contra el gobierno. Ni la pandemia, ni la crisis subsiguiente, ni el alza de los precios de las energías y los bienes de consumo, ni las consecuencias de la guerra de Ucrania han conseguido debilitar a un gobierno que, bajo la presidencia de Pedro Sánchez, ha sabido crecerse en las adversidades. Adversidades que, dicho sea de paso, han favorecido las políticas sociales que están más cerca de los planteamientos de sus socios de gobierno (Podemos) y han configurado un nuevo PSOE, más cercano a la socialdemocracia efectiva que perfila y aplica políticas de justicia social. Es cierto que ese nuevo PSOE ha cosechado enemigos y defecciones dentro de sus filas, pero no es menos cierto que una gran parte de la población percibe un halo de esperanza en esas políticas.

   Las afrentas semanales del PP obedecen a una estrategia calculada de desgaste en la que todo vale con tal sirva al resultado del desprestigio del gobierno, personalizado ya con un término ad hominem, el “sanchismo”. No solo el PP ha contribuido de manera eficaz a ese desprestigio. Los errores del gobierno han sido amplificados por una derecha mediática y atizados por una casta económica que, en líneas generales, se encuentran más cómodas bajo gobiernos de derecha. Pero esas campañas se han tejido frecuentemente con bulos y falsedades, en la más pura línea de desinformación trumpista.

   Una de las mayores incoherencias de la democracia es que permite que los ataques más virulentos al sistema sean los que proceden de las estructuras mismas que son partícipes y garantes de ese sistema. Cuando VOX y el alma más reaccionaria del PP critican los derechos de los colectivos LGTBI, niegan la violencia machista, abominan del cambio climático, expresan sus ideas racistas y xenófobas, pugnan por derogar las leyes de memoria democrática o airean los ritos más rancios de una España que algunos creíamos olvidada, no hacen sino socavar los cimientos de la democracia y crear un mundo en el que la “postverdad” y el populismo se acaban adueñando de la opinión pública y cuestionando las reglas del sistema en su conjunto.

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