La cosa empezó en 1991. Ese año se conmemoraba el segundo centenario del
fallecimiento de Mozart. A Salzburgo viajé en compañía de mi madre, mis dos
hermanos y mis hijas. Nos recibió esa ciudad, que es como una cajita de música
toda ella, con unos días radiantes en los que pudimos visitar su casa natal ─cómo no─, la mansión
donde vivió al poco de contraer matrimonio con Constanza y el castillo del
arzobispo Colloredo, en donde asistimos a una interpretación inolvidable del
quinteto para clarinete K. 581.
En 2000 se celebró ampliamente en todo el mundo musical el 250 aniversario de la muerte de J. S. Bach. Tocaba recorrer sus lugares más emblemáticos. En Eisenach visité con uno de mis hermanos el museo dedicado a él, que no puede identificarse de ningún modo con su casa natal, con toda seguridad desaparecida. Desde allí, a Leipzig, donde transcurrió su última etapa, la más fructífera, entre 1723 y 1750, y donde murió. Por supuesto, había que entrar en la iglesia de Santo Tomás, la Thomaskirche, para la que compuso tantas cantatas y obras de toda clase. En su presbiterio reposan sus restos identificados desde 1950.
Volvemos con Mozart. En 2006 se conmemoraba el 250 aniversario de su
nacimiento. Un nuevo viaje por la Mitteleuropa para visitar Salzburgo, que nos
recibió a mi esposa y a mí con un aguacero inclemente que arruinó literalmente
la visita guiada por la ciudad y mis zapatos. Pero días más tarde nos
resarcimos. En Praga pudimos asistir a una representación de Don Giovanni K. 527 en el Teatro de los
Estados (Stavovské divadlo), el mismo en el
que el propio Mozart dirigió el estreno un 29 de octubre de 1787 con un éxito
resonante de público.
Fuera de aniversarios tan redondos, en 2008 un itinerario por ciudades
del norte y centro de Italia nos llevó hasta la aldea de Le Roncole, donde se
puede recorrer la casa natal de Verdi. Una anciana simpática y parlanchina nos
explicó para qué servía cada estancia. Enfrente se alza la iglesia en donde a
los ocho años el niño Verdi tocaba el órgano de forma retribuida. Muy cerca está
Busseto. Allí el maestro ayudó en la financiación de un teatro que lleva su
nombre, donde, sin embargo, nunca llegó a dirigir ninguna de sus óperas. Esa
misma tarde nos acercamos a Villa Verdi, en Sant’Agata, donde vivió con
Giuseppina Strepponi gran parte de sus últimos años. Días más tarde llegamos a Pesaro,
en la costa del Adriático. Allí nació Rossini en 1792 (un 29 de febrero, ya es
difícil). Recorrimos su casa natal, en la parte vieja de la ciudad, no lejos de
la playa. Un año más tarde, en 2009, se completó el círculo en París, donde
contemplamos la tumba del compositor de Pesaro en el famoso cementerio del Père
Lachaise.
En 2010 visité con mi esposa y una de mis hijas la casa natal de Händel, en Halle, convertida en un museo de su vida y de su música. Ya había contemplado su tumba en la abadía de Westminster de Londres en 1979 por vez primera y luego en sucesivas estancias en la capital británica.
En 2013 ver la situación ruinosa de la que había sido casa natal de
Bellini en Catania fue una decepción casi tan grande como la de la propia
ciudad. Pero esto último es cuestión de gustos.
Por último, en 2024 se celebró el centenario de la muerte de Puccini.
Era obligado acudir a la bella ciudad de Lucca, en la provincia de Pisa. Allí
se conserva de manera modélica su casa natal. A pocos kilómetros se encuentra
la casa del compositor, Torre del Lago. Puccini tenía en ella una residencia
alternativa donde poder cazar, quedar con sus amistades, navegar por el lago y
componer en terreno aislado y tranquilo. La casa está casi intacta, con el
mobiliario original y con multitud de manuscritos, diplomas, títulos,
partituras, objetos y fotografías. Era un 3 de octubre, también un día
lluvioso, que acentuaba la melancolía del lugar.
Por cierto, que en Lucca nació también Luigi Boccherini en 1743, el compositor ligado a la corte española. No queda ningún rastro de la casa natal en su ciudad de origen, pero sí reposan sus restos, cuya lápida funeraria también pudimos contemplar en una nave lateral de la iglesia de San Francesco. Boccherini, como es sabido, murió en Madrid en 1805, pero sus restos fueron trasladados desde allí en 1927 a petición de Mussolini. El músico había estado al servicio del infante don Luis Antonio de Borbón, hermano pequeño del rey Carlos III, entre 1770 y 1785. En los últimos años de este período residió en Arenas de San Pedro (Ávila), en el palacio de la Mosquera, mandado construir por el propio infante al arquitecto más reputado de la época, Ventura Rodríguez. En nuestra visita de 2009 el palacio estaba en ruina interna y los jardines, descuidados. Su situación desde entonces ha mejorado considerablemente. Sin embargo, emocionaba imaginar esa pequeña corte en ese recinto donde, aparte del propio Boccherini, Francisco de Goya estuvo en numerosas ocasiones y pintó algunos de sus retratos más célebres, entre ellos el de La familia del infante don Luis de Borbón, en 1784, conservado en la provincia italiana de Parma. En el lienzo aparece retratado el propio Boccherini.
Hay más protagonistas de mi
mitomanía: escritores, políticos, futbolistas… Pero esas son otras historias.
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