miércoles, 8 de junio de 2016

Anatomía (patológica) de un editorial

   El editorial de EL PAÍS del día 5 de junio titulado Una gran impostura constituye una muestra más de los ataques a los que, por desgracia, nos ha ido acostumbrando ese periódico desde la irrupción de nuevas fuerzas en el panorama político español. Vayamos por partes.   
   En su primer párrafo se afirma lo siguiente: “A medida que se acercan las elecciones del 26 de junio, la coalición Unidos Podemos deja más clara su ambición de rebasar al PSOE, colocarse como única alternativa al PP y auparse al poder”. Nada que objetar a ese enunciado, esa ambición, término nada engañoso para el diccionario de la RAE, ha sido expresada, incluso dada por conseguida públicamente por los representantes de PODEMOS, más que por los de IU, que andan apenas asimilando su nueva situación en el tablero de la partida que está por jugar. Por otra parte, la “ambición” de “auparse al poder” es la de todos los partidos políticos en liza, ¿o acaso concurren a unas elecciones con otro objetivo que no sea el de ganar? Pero esta introducción es de tanteo, el editorialista continúa destilando nada veladas acusaciones: “Hasta el punto de que ya convence a un elector de cada cuatro, según el sondeo de Metroscopia que publica hoy EL PAÍS, un sondeo alarmante aunque sea una instantánea de la realidad actual y no una predicción del resultado electoral”. Nada más alarmante que el propio adjetivo, comienza la escenificación del miedo al 26-J, que tan insidiosamente practica EL PAÍS desde hace ya más de dos años. La pregunta sería ¿por qué “alarmante”? ¿Para quién? No se discute la línea editorial de cada medio de comunicación ni la opción política que considere más adecuada, pero el uso de adjetivos alarmistas, y este lo es más que otros, recuerda demasiado las viejas y nuevas campañas del miedo que el propio periódico acostumbraba denunciar en otros momentos históricos con tanto fervor.

   Sigamos, no tiene desperdicio: “Frente a las dudas y debilidades de los socialistas y el descaro del PP de presentarse como el valladar contra el extremismo, la encuesta muestra la movilización de un electorado seducido por un pacto entre Podemos e IU tan artificial como oportunista y plagado de incertidumbres programáticas”. La habitual andanada contra el PP y los nubarrones sobre Pedro Sánchez se complementan con una pócima digna del más rancio vocabulario de la prensa franquista. La seducción como arma ideológica propia de la guerra fría aparece aquí en tono admonitorio: ¡Cuidado, electores! Sois bobos si os dejáis seducir por la verborrea comunista. ¡Atentos a los cantos de sirena, ataos a los mástiles de la nave para no caer víctimas de Caribdis (Unidos Podemos), que de Escila (PP) ya nos encargamos nosotros! En el mismo párrafo califica de “artificial” y “oportunista” el pacto de IU y PODEMOS sin aportar justificación alguna. Esa es una grave carencia de un medio que se considera paradigma de prensa equilibrada. El pacto no es artificial ni oportunista: independientemente del rédito de votos, esa alianza fue ya intentada con ocasión del 20-D y no se logró por la resistencia del sector arcaizante de IU, que, como el editorialista de EL PAÍS, veía peligros y oportunismos. Alberto Garzón ha madurado su estrategia y ha consolidado en estos meses su posición dentro de IU, aprovechando su sensatez negociadora alabada por muchos comentaristas durante los meses del gran atasco. La unión de ambos partidos era un anhelo de muchos ciudadanos que aspiran a que gobiernen de una vez formaciones que representan a una mayoría social que en España en estos momentos es de izquierdas. Respecto a las “incertidumbres programáticas”, desconocemos si al editorialista le parecen más graves que las certidumbres mentirosas del PP en la campaña de 2011 o que las “dudas y debilidades de los socialistas” en la actual.
   El editorial va aumentando el tono acusador y demagógico: “La crudeza de Pablo Iglesias fue elocuente cuando planteó condiciones draconianas al PSOE en la breve legislatura precedente. Ahora, Podemos se dedica a amenazar a un PSOE aturdido con una eventual desaparición en caso de no apoyarles y así garantizarse su apoyo para llegar a La Moncloa. Su estrategia es clara: asfixiar a los socialistas negándoles el acceso al Gobierno…”
   Sin discutir las “condiciones draconianas”, en parte resultado de una falta de confianza en el PSOE que certificó su pacto con Ciudadanos, no es cierto que PODEMOS amenace a los socialistas con una eventual desaparición, jamás ha salido de labios de Pablo Iglesias semejante afirmación, ni siquiera como posibilidad política. Lejos de semejante infundio, Pablo Iglesias ha mencionado reiteradamente en esta permanente campaña su intención de contar con el PSOE para un futuro gobierno de cambio. La desaparición del PSOE “en caso de no apoyarles” no dependerá de Unidos Podemos, sino de una parte del electorado del PSOE desconcertado por la irresolución de su líder ante la oferta de Unidos Podemos y por sus negociaciones estériles con el partido de Albert Rivera. Todo esto desmiente la provocadora mendacidad de la última frase. La estrategia de PODEMOS no es negar el acceso al gobierno del PSOE, sino contar con él para que sea la coalición de Iglesias y Garzón la que lo forme, con la previsible entrada de ministros socialistas en él. No es realista suponer que Pedro Sánchez, que será la tercera fuerza política del nuevo Parlamento, tenga ocasión siquiera de intentarlo. Su papel, si sobrevive a la voracidad de sus barones regionales, será el de dar o no su apoyo a la primera fuerza de la izquierda.
   La parte más ridícula del editorial llega a continuación: “…y dominar la agenda mediática, para lo cual ha contado con el inestimable apoyo de un canal de televisión perteneciente a Atresmedia, grupo empresarial que juega a todas las barajas —es el mismo que edita La Razón— y que sabe estar al lado del Gobierno cuando la situación lo requiere”. No cita por su nombre a la Sexta, lo que constituye un ejercicio de infantilismo absurdo. Pero el colmo del cinismo es la acusación de jugar “a todas las barajas”. La Sexta era antes para la derecha mediática “la cadena de Zapatero”; ¿es ahora para EL PAÍS la de Pablo Iglesias? ¿Acaso EL PAÍS, vinculado a PRISA, es un medio independiente que no ha apoyado nunca a ningún gobierno? ¿No parece esto una pataleta de Cebrián porque la Sexta aireó sus supuestas turbias conexiones familiares con paraísos fiscales? Cebrián, el mismo al que alguno de sus empleados tilda de “tirano como Calígula” (ver el artículo Aquí, sufriendo de EL PAÍS de las Tentaciones del 29 de mayo), dirige con mano de hierro a sus redactores para que tomen cumplida venganza en un editorial insidioso como pocos.
   Consciente de sus excesos previos, el autor concede algo que había negado en el primer párrafo: ganar ya no es una “ambición” sino “una aspiración legítima de los partidos democráticos; el problema es que desconocemos los verdaderos planes del magma populista y radical formado por Podemos e IU”. Poco le dura el arrepentimiento, que suena más bien a repliegue táctico para contraatacar: ya apareció el populismo, acompañado de un radicalismo que parece corresponder a IU. Cambie el lector populistas y radicales por la “extremistas y radicales” de Rajoy y ya tenemos la pinza del miedo manejada por la derecha rancia y por el periódico global. Sin comentarios.
   “Exasperados por la crisis económica y política, muchos votantes parecen querer abrir paso a una opción rupturista sin reparar en las enormes incertidumbres que penden sobre ella. Pablo Iglesias, que ahora se presenta como adalid de una nueva socialdemocracia, cuestiona día sí día no los fundamentos del sistema constitucional sin explicar lo que pretende instaurar en su lugar”. Parece que los ciudadanos hayan sido víctimas de una plaga bíblica, como si las reformas de Rodríguez Zapatero, los recortes del gobierno de Rajoy y las políticas suicidas de Bruselas, Merkel y el FMI no hubiesen provocado esa exasperación. Y las “incertidumbres” ¿no eran las del PSOE? La infamia alcanza el nivel crítico para convertirse directamente en mentira cuando afirma que PODEMOS cuestiona el orden constitucional, sin, de nuevo, explicar de qué está hablando. Quizá lo aclara un poco más adelante: “Tampoco sus propuestas respecto a Cataluña resultan tranquilizadoras, pues abrirían paso a un proceso de referendos de autodeterminación en toda España que inevitablemente acabaría en su disgregación”. ¡Caramba! No se anda con rodeos el adivino. Pronostica un proceso de referendos disolvente. Sabido es que el propósito de Pablo Iglesias es realizar una consulta a los ciudadanos de Cataluña y hacer campaña por la continuidad de su relación, quizá modificada, con el resto de España. Esto último nunca se resalta lo suficiente. Hasta el PSOE está contemplando la posibilidad de una relación diferente de Cataluña con el Estado. No dista la posición de EL PAÍS de la que debieron de tener los políticos de la derecha española cuando en 1932 se oponían vehementemente a la aprobación del primer Estatuto de Autonomía de Cataluña.
   Pero nos hemos saltado otra perla del editorial: “Las diferentes propuestas de programa económico que ha ido haciendo agravarían el estado de las finanzas públicas y provocarían un enfrentamiento frontal con las autoridades europeas en un momento en el que las instituciones europeas miran las finanzas españolas con mucha preocupación y escasa confianza”. Nuevamente la voz del profeta resuena como una amenaza incomprobable. Si las instituciones europeas miran con desconfianza nuestras finanzas es por culpa de un gobierno que ha aplicado torpemente las políticas económicas que las propias autoridades europeas saben ya que han sido un fracaso sin paliativos. En todo caso, la falta de escrúpulos del editorial, que sigue sin argumentar, alcanza niveles épicos.
   El último párrafo reparte diagnósticos y pronósticos a diestro y siniestro: “¿Y los demás partidos? La buena noticia para el PP, atrincherado en el conservadurismo y a la espera de recoger los frutos del ataque de Podemos contra el PSOE, se conforma con repetir los resultados, en la esperanza de que ahora sí gobernará. Y la pésima noticia para los socialistas, desdibujados y faltos de audacia, es que su suelo electoral puede ceder aún más si no reaccionan. Ciudadanos es una incógnita que probablemente solo resolverá el 26-J, aunque se ve a Albert Rivera sin el brillo de otros momentos. Esta es la situación a tres semanas de la cita con las urnas. No es tiempo de bajar los brazos ni de hacer campañas hipotensas, sino de señalar a los electores los riesgos que entraña la operación en marcha para deprimir al centroizquierda y hacerle frente con arrojo. Se quiere convencer a esa gran mayoría situada en las zonas ideológicas templadas de que no hay más alternativa que el PP o Podemos, cuando no es cierto. Esa impostura puede costarle muy cara a la sociedad española”.
   No se discute la táctica diseccionada del PP, ni el juicio sobre el PSOE ni sobre Ciudadanos. Pero no es admisible su idea de “operación en marcha para deprimir al centroizquierda”. La propuesta de Unidos Podemos es arrastrar al PSOE a una gran coalición de gobierno que recupere las políticas socialdemócratas. El PSOE no podrá hacer solo esa política si no sabe entender la urgencia de liquidar las políticas del PP. Y en esa tarea no puede dejar de contar con Unidos Podemos. Eso lo sabe Pedro Sánchez, pero tal vez sus barones prefieren su supervivencia política por encima de la viabilidad de un auténtico gobierno de cambio.
   La gran impostura a que se refiere el editorial no existe. La “gran mayoría situada en las zonas ideológicas templadas” está constituida por los potenciales votantes del PSOE y de Ciudadanos, pero su representación parlamentaria se reveló insuficiente para formar gobierno en la anterior breve legislatura. La voluntad popular manda, los resultados son votos y escaños, pero la política es otra cosa: es comprender lo que se está jugando en cada momento. Todos supimos que la política del último gobierno de Rodríguez Zapatero estaba condenada de antemano. El cambio llegó por agotamiento. Ahora el que está agotado es el proyecto del PP, que no tiene programa ni candidato viables; el momento del cambio es este. Y solo lo garantiza una gran coalición de las izquierdas.
   El subtítulo del editorial es “El centro izquierda retrocede ante la pinza del populismo y el catastrofismo”. El único catastrofismo es el del editorialista, que se apunta a la tesis del PP de que la opción de populistas y radicales no es opción. Como llamada a rebato de las filas socialistas está condenada al fracaso, porque el electorado español alcanzó en 2004 la madurez democrática cuando en marzo volteó un resultado aparentemente decidido a favor del PP. Las campañas del miedo y de la mentira suelen ser contraproducentes para todos los que las practican. EL PAÍS se apunta a ellas e intenta legítimamente influir en el electorado, pero esta forma zafia y burda de intentarlo no tiene precedentes en un medio que durante 40 años recién cumplidos se había ganado un sello de seriedad que con editoriales como este se diluye a pasos agigantados.


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