viernes, 28 de diciembre de 2012

La destrucción de la democracia en España (3): la fábula del topo y el toro


Había una vez un alcalde de Madrid que quería ser ministro, pero como no le hacían caso sus compañeros de madri(d)guera se puso a llamar la atención cavando agujeros y galerías él solo; y así construyó túneles por toda la ciudad, hasta que se le empezaron a inundar. Con la tierra que sacaba de las excavaciones hacía montoncitos donde asentar los edificios de una ciudad olímpica que nunca fue. Pero a las inauguraciones de esos edificios, que después estaban medio vacíos, invitaba a los otros colegas de la madri(d)guera. Al final, de tanto insistir, pese a las inundaciones de los túneles y a las construcciones que no servían para nada, lo hicieron ministro. Debieron de pensar que era mejor que tenerlo socavando el suelo de la ciudad hasta que se hundiera. Claro que no lo nombraron ministro de Fomento, porque sabían que de ese modo seguiría haciendo túneles, campañas por Madrid 20 y (olím)pico y dando gasto a una ciudad que no se lo merecía. Así que dijeron: que sea ministro, es de Justicia.
El ministro tomó posesión, pero en realidad seguía siendo un topo. No podía evitarlo, demasiado tiempo socavando y siendo socavado. Y, la verdad, sus colegas no se equivocaron, pues, al final, ¿en qué se parece un topo a la Justica? En que, al ser los dos ciegos, no pueden verse, así que el ministro-topo no reconoce la Justicia y esta no puede ver cómo el ministro le está excavando una sima profunda donde se vaya a hacer gárgaras para siempre.
Una de las figuras mediáticas del gobierno es Alberto Ruiz. Su labor de acoso y derribo al sistema y al poder judicial casi hace pensar que el afán de llamar la atención era mayor de lo que la opinión pública y su propio partido suponían. Hasta es probable que sirva, en la perversa mente del presidente del gobierno, de pararrayos para hacer olvidar, siquiera momentáneamente, la desastrosa gestión del resto de miembros. Comenzó sacando de quicio a propios y extraños con su proyecto de reforma de la Ley del Aborto, que ha quedado de momento paralizada por las tensiones no resueltas que genera el tema dentro del propio PP, donde hay tirios y troyanos. Más tarde apoyó explícitamente al anterior presidente del CGPJ en su intención de no comparecer en el Congreso de los Diputados para dar cuenta de sus gastos de semana caribeña. Recientemente ha vuelto a soliviantar a los jueces, magistrados, fiscales y abogados con su polémica ley de tasas, que pretende ¿sufragar? la justicia gratuita. Semejante paradoja está en la línea de la desfachatez de algunos miembros del gobierno cuando niegan la evidencia más clamorosa: 2012 iba a ser el año de la esperanza para el empleo y la emigración de los jóvenes es impulso aventurero (Fátima Báñez). Pagar por la justicia es lo contrario de tenerla gratis. En lugar de modernizar e informatizar la gestión de la justicia, en vez de crear más juzgados y dotarlos de más personal y mejores instalaciones, el ministro-topo la restringe al punto de lujo para ociosos adinerados. Deja de ser un servicio público que garantiza un derecho fundamental recogido en la Constitución y pasa a convertirse en un privilegio para evasores fiscales, constructores de la burbuja inmobiliaria, ex directivos de bancos y de empresas quebradas, clanes mafiosos y estafadores nacidos a la sombra de la corrupción inherente al descontrol sobre la clientela de los partidos. Mientras que, por el otro lado, quienes quieran pleitear contra todos estos no lo tendrán fácil; y quienes simplemente anhelen justicia tendrán que ahorrar. La justicia como prebenda, el dinero como rasgo censal que segrega a los ciudadanos. Otro aspecto coherente de la “revolución” que está llevando a cabo el gobierno, que con certeza ha hecho suya la última frase del Topo: “Gobernar, a veces, es repartir dolor”. Pero está mal repartido ese dolor, siempre lo reciben los mismos. Gobernar es más bien repartir justicia, pero el Topo no la quiere ni repartir, prefiere subastarla.
También había una vez un ministro de Educación que en realidad quería ser toro bravo. Tanta era su obsesión que llegó a confundir el hemiciclo con un ruedo, los escaños con los tendidos y los diputados de la oposición con los picadores. Uno no sabe qué es lo que molesta más de este personaje, si su engreimiento insustancial o su torpeza inconsciente. Sin duda ha logrado ser el ministro estrella del gobierno. Muchos de los suyos ya no lo aguantan, pero resulta aún más increíble explicar el mecanismo que ha podido llevarlo a ser ministro de algo tan importante como la educación. El ministro Wert, como sociólogo que es, se ha leído los informes PISA para llegar a conclusiones preconcebidas, que deben ser puestas siempre en su contexto, cosa que el propio PISA hace mal. Así que ha decidido que en la enseñanza española hay mucho fracaso y mucho abandono escolar, lo que es parcialmente cierto; y que hay que mejorar resultados de las evaluaciones internacionales en ciencias, lengua y matemáticas. Esos tres son los únicos medidores de PISA. El ministro Wert parece ignorar que hay otros informes que ponen el acento de la calidad de un sistema educativo en el prestigio social del profesorado, entre otras cosas. También ignora que las diferencias entre comunidades autónomas son grandes y que algunas están por encima de los indicadores del PISA en cualquiera de esas disciplinas mencionadas.
Con ese pretexto pone en marcha una reforma que aumenta innecesariamente las horas de matemáticas, lengua y ciencias. El problema del correcto aprendizaje de la lengua no se soluciona con más de lo mismo. Hay poderosos factores educativos, sociológicos y mediáticos que dificultan un manejo adecuado del idioma. A cambio de ese aumento de horas comete errores tan burdos, ampliamente comprobados, como reponer la materia Tecnologías en 1º de ESO; y disminuye las de Educación plástica y las de Música. Son materias artísticas, que al ministro Wert parecen importarle muy poco (en el primer borrador de la LOMCE ya se eliminaba el Bachillerato de Artes, cosa que después se ha corregido), tan poco como considera en general el arte y la cultura, que también son responsabilidad de su departamento. Las principales instituciones culturales del país (Museo del Prado, Instituto Cervantes…), que son las que pueden abanderar esa estupidez de derechas que llaman la marca España, han quedado desfinanciadas.
Wert tiene un mérito, no obstante: que no tiene miramientos ni conoce la vergüenza propia ni ajena. Así que reconoce haber negociado el estatus de la enseñanza de religión católica en la LOMCE con la Conferencia Episcopal. También cree, y lo dice, que la Educación para la ciudadanía desaparece porque servía para adoctrinar. Pero no explica sus argumentos. Así que está concediendo que cualquier materia puede tener el mismo efecto. De hecho, la LOMCE elimina también la materia Ciencias para el mundo contemporáneo, quizá por la misma razón. La que de verdad adoctrina es la enseñanza de la religión, y para demostrarlo Wert le pone una alternativa que llamará Valores éticos y morales, lo que arruina el rigor de una materia como Educación ético-cívica que se imparte hasta el momento y que parece más necesaria que nunca en una sociedad cuyos dirigentes han optado por olvidarla. La ética aparece alejada de la corrupción, de la mentira, de la desigualdad, de la injusticia, de la venganza y del cinismo.
El ministro toro se ha liado la manta a los cuernos con los catalanes y su intención de españolizarlos. Eso se llama sectarismo: ataca el modelo lingüístico-educativo catalán, que tras décadas de aplicación ha logrado que los alumnos catalanes sean competentemente bilingües, con resultados aceptables en los dos idiomas. No parece cuestionar el gallego, ni el vasco. Así que Wert el iluminado parece convertido en un moderno inquisidor, que ya ha comenzado una caza de brujas inexistentes.
Los recortes en educación del ministerio presentan como necesario el cambio del modelo educativo, pero es tan falso como casi todo lo que sale de la boca del gobierno: Wert habría hecho esta “revolución” aun sin necesidad de recortes. Estos sirven de paraguas para lo mismo que están sirviendo en otros ámbitos, para hacer una reforma ultrarreaccionaria que predica sufrimiento para muchos a cambio de la futura felicidad, mientras servicios esenciales son puestos a la venta, mientras en ese cambio de manos la corrupción sigue haciendo negocio, mientras se destruye la educación, la investigación, la ciencia  y la cultura del país.

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