domingo, 2 de diciembre de 2012

La destrucción de la democracia en España (1): Palabra de diputada



 La historia nunca se repite. Los libros nos enseñan que la anterior gran crisis del sistema económico se palió gracias a la voluntad política decidida de la administración del presidente Roosevelt. El New Deal transformó profundamente la sociedad estadounidense. El país cobró conciencia de la cruda realidad a la que se enfrentaba, pero recuperó la esperanza en las elecciones de 1932. El electorado, que siempre acierta, barrió la opción del candidato Hoover, que no había hecho nada para hacer frente a la crisis y que no prometía nada, excepto críticas a su oponente, en la campaña electoral.
 Pero Roosevelt fue reelegido, como sabe cualquier estudiante de historia contemporánea, hasta tres veces más. Pese a las críticas que muchos historiadores estadounidenses vierten aún sobre el New Deal, hubo sin duda efectos positivos, quizá el más claro de ellos el de la recuperación del optimismo y la fe en el gobierno. Roosevelt se acercó todo lo que pudo a sus conciudadanos. Las charlas junto a la radio suponían una forma de contacto cercano que inspiraba confianza. Los actos oficiales de inauguraciones o conmemoraciones nos reflejan en las fotos y documentales de la época la imagen de un presidente próximo al pueblo. Más allá de los postulados keynesianos, que hoy cobran polémica actualidad, los habitantes de aquel país sintieron que con la ayuda de su gobierno y con su propio esfuerzo podrían salir del abismo. De hecho, muchos conseguían empleo y el paro disminuía lentamente.
 Cualquier parecido con la situación actual es pura coincidencia. Los gobernantes se alejan del pueblo porque no tienen nada que ofrecerle excepto más paro y más desilusión. La venta de semejante producto resulta problemática y solo los políticos sin escrúpulos están dispuestos a intentarla a toda costa. Resulta patético ver cómo han mutado los rostros sonrientes de la noche electoral del 20 de noviembre de 2011. El presidente ya apenas sonríe, lo mismo que la vicepresidenta. Otros no han sonreído nunca, es cierto, pero es evidente que ahora son menos capaces aún de hacerlo. Y quizá habría que tenerles lástima si no fuese porque nos damos más nosotros mismos, los ciudadanos de a pie. Sin embargo, están consiguiendo el efecto contrario, el darnos rabia. La política de eufemismos se reviste de un cinismo incomparable. Un nuevo lenguaje se ha desarrollado en las cavernas de esa conspiración perpetua contra el pueblo en que se ha convertido este gobierno insufrible, clandestino, sectario e incompetente. Cualquier término que no sea el de recortes vale para los ministros: ajustes, reajustes, regularización, redistribución, racionalización. A la inversión la llaman gasto y a este, despilfarro. Frases ofensivas sobre que determinados servicios los deben pagar los usuarios, que el rato del café debe ser suprimido, que las prestaciones sociales más perentorias no son para todos. Estos globos sonda perfilan la política de barra de bar del actual gobierno. Hay un elemento añadido: la impunidad con la que algún dirigente de relumbrón del partido gobernante dice su parte del guion. Muchos recuerdan la castiza “manda huevos” del entonces Presidente del Congreso, Federico Trillo. O la parecida del Ministro de Agricultura (entonces y ahora): “El trasvase lo haremos por huevos”. Al exceso de testosterona se añade más recientemente el célebre “que se jodan” de la diputada Fabra, que la sitúa al nivel de macho de sus ilustres predecesores en el verbo hiriente y espontáneo. Hablando de testículos, se hizo famoso hace unos meses el “si ten collons” del Presidente de la Junta de Extremadura, Monago, dirigido al Presidente de la Generalitat de Cataluña. Al apreciable error léxico  quizá se suma la grosería del tuteo (no sabemos si quería decir “si tens collons” o se refería a una tercera persona: “si té collons”), pero consiguió que todo el mundo en Cataluña lo entendiese a pesar de su pronunciación defectuosa. El insulto es recurso más fácil y menos imaginativo: el “hijoputa” de Aguirre a Gallardón la puso al nivel de la marquesa de barrio que es, un personaje novelesco del diecinueve. El de “pijo ácrata” dedicado al juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz se podría aplicar a muchos chusqueros clientelares del partido del gobierno, con la diferencia de que la acracia en este caso no procede de una cierta ideología sino de la prepotencia que otorga al escalafón de los meritorios haber ascendido a un puesto de la Administración o de las finanzas especulativas: Dívar era pijo por su estilo de vida y ácrata por no reconocer ni la suprema autoridad que su cargo implicaba. La directora de la CAM vivía como una marquesa y quería compensaciones económicas, como Dívar. Lo antepenúltimo hasta ahora roza lo delictivo: “las leyes, como las mujeres, están para violarlas”. Sin comentarios.
 La conclusión fácil es que la derecha es mal hablada y soberbia. Pero sus gestos incontrolados revelan en realidad una dinámica de tremenda incuria que le ha sido históricamente característica. En el llamado, antes de la corrección política de los libros de texto, “Bienio negro” de 1934-1936 se dedicó a deshacer punto por punto la política de reformas emprendida por el gobierno de Manuel Azaña. Su programa no era propio, sino definido por lo opuesto al del rival. Al menos entonces no mentían: proponían mucho de lo que hicieron cuando alcanzaron el gobierno. Ochenta años más tarde no queda ni esa pequeña coherencia. El gobierno del PP está haciendo lo contrario también… de lo que proponía su propio programa político. Este fraude a la ciudadanía deslegitima no a toda la clase política sino exclusivamente a los protagonistas de la estafa. Si se tratase solo de una incongruencia explicable por la falsedad de los dirigentes del partido o por las circunstancias de la economía estaríamos atisbando apenas un principio de explicación. La impresión es más inquietante: no saben qué hacer (frase favorita: haremos lo que haya que hacer, que no sabemos si demuestra más voluntad tozuda que incompetencia), pero deben aparentarlo porque, además de otros teóricos beneficios (dar seguridad a los mercados, a la UE y al BCE), esa oscuridad justifica cualquier tropelía. La revolución ultraconservadora y reaccionaria que está sufriendo el país halla amparo en la frase de marras: es decir, todo lo que hagamos vale, porque nadie sabe mejor que nosotros lo que hay que hacer. Así la política deviene un arcano para iniciados, porque el pueblo es ignorante. El desprecio fundamental que supone ese modo de argumentar, explícito en la actuación diaria e implícito en el “que se jodan” de la diputada de apellido imputado, supone la mayor violación de las reglas del sistema democrático, pero no la única.
 Los ciudadanos a duras penas comprendemos las cosas: solo vemos que se sanciona de por vida a un juez, que los obispos vuelven a abrir la boca para decir sandeces, que los banqueros corruptos se retiran con indemnizaciones millonarias, que los que no se retiran se aumentan los sueldos millonarios, que Madrid y Valencia han sido dos feudos cuya clientela ha costado también millones que se quedaban parcialmente en las arcas del partido que gobierna, que los voceros más inanes medran en el barro catódico. No mejora el panorama el equipo del presidente: machismo, mentira, descoordinación, sumisión a Berlín, Bruselas o el Vaticano. Unos amenazan nada veladamente con la intervención en las cuentas autonómicas de las Comunidades que son de otro color político, cuando no han intervenido en sus territorios fieles por aquello de los votos. Otras apuntan con el dedo al anterior gobierno sin darse cuenta de que los tiempos vuelan y ese recurso fácil en otras épocas ahora se vuelve contra ellos. Otros proceden de los lugares señalados como sospechosos de haber encendido el foco primitivo de la crisis.
 Este gobierno pasará a la historia universal de la infamia y los libros de historia del futuro solo le dedicarán un párrafo para resaltar la miseria moral de algunos de sus ministros, la estupidez como guía de sus acciones políticas y el fracaso más estrepitoso de la democracia española. Su obsesión de castigo es arbitraria y gratuita, y no logra disimular la ideología reaccionaria que esconde. Se presenta como cambios necesarios y eficaces lo que no es más que pobreza de miras, revanchismo antisocial y patriotismo barato.
 Gobernar contra los ciudadanos, esa parece ser la consigna. Como escribía Antonio Elorza hace unos meses en El País: ¿para qué seguir protegiendo a las clases menos productivas?
  

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