Los
programas de tertulia televisiva sobre temas políticos de actualidad están de
moda. A diario, con una alternancia precisa, aparecen en la pantalla los mismos
periodistas, portavoces parlamentarios, politólogos y expertos varios sobre las
diversas ramas de las ciencias y los escándalos políticos.
El
televidente se arma de paciencia sin poder reprimir al mismo tiempo un morbo
inevitable por la esperada gran noticia de la corrupción, que nunca llega
porque todas son grandes, aunque cada vez nos lo parezcan menos a fuerza de
costumbre. Y ahí están los técnicos de la información y de la intoxicación para
comentarlas. Pero el debate acaba convirtiéndose en una escaramuza de buenos y
malos, según el pelaje ideológico de cada tertuliano. De modo que es muy
difícil averiguar casi nada que no se sepa de antemano. A veces la discusión
alcanza el nivel calificable de bronca, con el consiguiente enfado de al menos dos de los tertulianos y el regocijo de una buena parte del público.
Hay
un programa en el que se olisquea la sangre constantemente, con tertulianos
casi fijos: La Sexta noche. Hay que
reconocer el buen oficio del presentador, Iñaki López, que sabe manejar con
exquisitez y temple los momentos de mayor tensión. Pero a veces la cosa llega a
mayores y resulta casi imposible sujetar a las fieras.
El
sábado 15 de julio, una fecha oportuna como pocas, la disputa entre el ubicuo
director de La Razón, Francisco
Marhuenda, y Jesús Maraña, director de infoLibre, a propósito de la noticia
generada porque el ayuntamiento de Guadalajara quería cobrar los gastos del
funeral de un fusilado exhumado de la Guerra Civil en aplicación de la llamada
Ley de Memoria Histórica, subió de tono. Pronto sucedió lo inevitable: el tema
se desvió a los orígenes y causas de la propia contienda.
El
inefable Marhuenda mostró lo que con cierta frecuencia le cuesta ocultar, quizá
porque no lo intenta. Pronto sacó el argumento de que la República ya había
hecho un golpe de estado en 1934, en Asturias y en Barcelona. Lo manejó sin
rubor como descargo del que dieron los militares en julio de 1936. También tuvo
tiempo de mencionar que las elecciones de febrero de 1936 fueron un fraude,
pues estaban manipuladas. El nuevo revisionismo histórico, establecido que el
franquismo es indefendible, tiende a remontarse a lo que considera sus
antecedentes para continuar el desprestigio de la etapa republicana. Cuando
Jesús Maraña intentó argumentar que los historiadores dan por sentado que el
golpe de estado supuso el inicio y la causa inmediata de la Guerra Civil, el conspicuo
director de La Razón se quitó la
media careta que aún lleva y le replicó que esos historiadores eran “unos
chorras”. De nuevo repitió los exabruptos, envalentonado cual júligan con
varias pintas en el cuerpo. Afortunadamente, la admirable bonhomía de Jesús
Maraña evitó que la bronca fuese a más. También terció el presentador, con una
cambiada larga y pase prudente a otro tema.
Probablemente
los historiadores a los que aludió Marhuenda con ese calificativo tan poco
elegante no estaban ante el televisor la noche de marras viendo el programa. No
sabemos cómo les habría sentado ese comentario de quien presume una semana sí y
otra también de varias licenciaturas y doctorados, de ser profesor en la
universidad, de ex director de gabinete del presidente del gobierno y de no sé
cuántas cosas más. Pero a quienes nos hemos dedicado con suma modestia a
explicar la historia de este país a miles de alumnos durante años las
afirmaciones de Francisco Marhuenda nos repugnan profundamente.
No
se discute que, en efecto, elementos de la oposición política y social a los
gobiernos de derechas intentaron un golpe de estado en Asturias; ni que la
Generalitat llegase a darlo en octubre de ese mismo año. Tampoco que hubiese
conventos e iglesias que ardieron en Madrid en mayo de 1931, pero no fue la
República la que los hizo arder. Hay una profunda raíz de descontento
anticlerical en algunos de los movimientos de protesta social de la Europa
contemporánea: la Semana Trágica de Barcelona de 1909 es el más célebre, pero
la quema de iglesias no es un fenómeno nuevo en la historia del continente
(véanse los motines de Gordon de Londres en 1780). Son hechos que la historia
debe asumir, explicar e interpretar. Ahora no se queman iglesias, se organizan
15-M.
Pero
el punto más humillante de los desatinos de Marhuenda es que da cobertura moral
al golpe de los militares de julio y atribuye de paso a la República la
principal responsabilidad de la guerra que vino después. A nuestros alumnos les
enseñamos que la guerra fue provocada por un golpe de estado que destruyó la
legalidad de un régimen democrático salido de las urnas; y que de resultas de
la guerra se estableció en España un régimen fascista que reprimió a los
vencidos durante al menos los doce años siguientes al final de la contienda.
Flaco favor hace el tertuliano a quienes procuramos ser objetivos y educar a
los jóvenes de este país en lo más cercano a la verdad histórica. No sé qué
pensarán de las palabras de Francisco Marhuenda los Julián Casanova, Gabriel
Jackson, Santos Julià, Enrique Moradiellos o Paul Preston, pero me lo puedo
imaginar. Por
desgracia ellos no aparecen tanto en televisión.
Completamente acertado, Enrique, ya circula por las librerías ese libro sobre las elecciones de febrero, porque el argumento de octubre del 34 no parecía suficiente.
ResponderEliminar